A menudo caminamos hacia atrás invadiendo los campos por los que transitábamos en nuestra infancia, cuando creábamos mundos de fantasía a partir de los cuentos que leíamos.
Recuerdo lanzarme escaleras arriba para esconderme en cualquier rincón, donde nadie perturbara el silencio y así entrar en cada libro por la puerta de sus tapas y dejarme llevar por la lectura y evadirme de la realidad.
Con cada narración extraías una enseñanza, que lo primordial era buscar la felicidad a través de intrincados caminos con numerosos peligros que había que sortear como las piedras de un caudaloso río, que las proezas que debías acometer terminaban llevándote a reinos lejanos, que el viento que arreciaba agitando sus páginas más tarde podría cortarlo en trocitos para llenarme con él los bolsillos, que tras vencer al dragón acabaría pintando de colores las pesadillas de la noche, que el sosiego que se alcanzaba al llegar al final desarmaría el elaborado armazón de las desdichas. Superar pruebas era como envolver el rencor en papel de regalo para enviarlo bien lejos a aquellos que no sabían ofrecer su corazón.
Los cuentos, con los años, dieron paso a ese afán por leer a diario que no he perdido hasta el punto de llevar varios libros a la vez.
Cuando no emprendo ninguna salida es cuando con mayor intensidad me dejo sumergir en estos libros que me permiten viajar cómodamente desde el hogar.
Quiero pensar que los viajes que hicimos nos enriquecen doblemente, por el esfuerzo añadido para recordarlos y por atraer al presente las vivencias que acaban deteniendo el tiempo.
Desde el presente te das cuenta que los caminos están hechos de pérdidas a semejanza de cuando transitas por senderos de piedra suelta y acabas perdiendo el equilibrio cayendo al abismo. Esas pérdidas que se amontonan incrementando el grosor de los muros que delimitan tu propio final.
Son los caminos de la nostalgia los que me acompañan en cada excursión, los que hice de la mano de mi madre o acompañada por mis hermanos cuando a diario íbamos hacia la escuela. Porque son solo éstos los que nos hacen tal y como somos de especiales con nuestros defectos y virtudes.
Hoy rescato de mi débil memoria una de las rutas que hice por el Parque Regional de Los Picos de Europa en León. En la Casa del Parque de Puebla de Lillo donde me atendieron estupendamente pude adquirir los folletos de estos senderos, alrededor de 30 de Pequeño Recorrido que lo mismo te permiten disfrutar de los avellanos de Biescas, acercarte al escondido Utrero, admirar el lago Ausente, cruzar el puerto de Ventaniella, pasear bajo las faldas del Gilbo, descubrir Valverde de la Sierra escoltado por el bellísimo Espigüete, transitar por el camino de Wamba...o como no, volver a recorrer la bonita ruta de La Cervatina. Sin duda este Parque es único, que mejor lugar para perderse.
Desde la vecina Asturias me escapo una mañana y hago parada al llegar al Puerto de San Isidro para observar la niebla.
Por el encantador Puebla de Lillo pasa el río Silván y el Celorno.
En este ruta no faltan las fuentes.
Cartel de ruta en el que se indica que serán unos 13 km para realizar en unas 5 h. 30 m.
Un día soleado me espera para pasear al principio cerca del Susarón.
La musicalidad del arroyo Celorno será la primera que suene en mi cabeza.
Un paso canadiense y preparada para una ligera ascensión en busca de las sombras que regalan los hayedos.
Una de las razones que hacen atractivos estos caminos es la perfecta señalización, no es posible la pérdida.
El monte Celorno a mi derecha engalanado de piornos que en primavera impregnarán de amarillo el paisaje.
Hacia el collado de Ruidosos prosigue mi caminar.
No me pararé en la fuente del Obispo, aún es pronto para el descanso.
Una maraña de helechos pugna por llamar mi atención.
He leído que para los que quieran hacer una ruta corta, ahora a la izquierda pueden coger el desvío hacia Pegarúas, no es mi caso.
Por fin ante mi se despliega, como un regalo de los dioses, la visión del hayedo.
Es aquí donde a partir de ahora, bajo el cobijo de sus ramas, comenzará el mágico devenir de los caminos que nos reconfortan.
Creo que no tendría sentido en mis viajes prescindir de la correspondiente cita anual con algún hayedo.
Algunos claros del bosque permiten escapar a la agradable visión de estas montañas que me tienen totalmente enamorada.
La imagen de cómo los árboles intentan cerrarme el paso es magnífica.
El suelo que tapizan las hayas es un manto suave por el que deslizar los pies.
Estamos a principios de otoño y sus hojas irán cambiando de color.
El arroyo Ruidosos baja con escaso caudal.
Las montañas son el mejor de los bálsamos para sanar nuestras afecciones.
No solo hay hayas, además se pueden contemplar robles y acebos.
Los colores del otoño representados por esa especial conjunción entre los árboles.
No puedo evitar fotografiar el monte, es la única parada obligatoria.
Aquí me pierdo entre la duda de si será un serbal el magnífico árbol amarillo que tengo ante mí.
...Y un rincón donde las hayas se transforman en humanos en mi imaginación.
Y atravesar por el tunel cerrado de un abrazo vegetal resulta inolvidable.
Creo que tu nombre es Canto del Oso pero puede que me equivoque, qué belleza hay en esta montaña.
A ti te pusieron Cervatina, me pregunto quién elige los nombres con tanto acierto.
En algun momento anterior decidí coger el desvío hacia la Tejeda de este monte, aquí coexisten con las hayas unos cuantos ejemplares de tejos centenarios, sus retoños están bajo buen recaudo tras una valla que impide que los animales entren a este espacio único.
Los tejos pueden alcanzar los 20 m. y una antigüedad de 1.500 años de vida.
Eran árboles mágicos para los celtas y es habitual, si paseas por el norte, encontrarte grandes ejemplares junto a las iglesias.
Un paseo detenido por este bosque es algo que no podré olvidar.
Como si se tratase de la noche y el día, vuelvo a salir al exterior para recrearme de nuevo en la vistosidad del paisaje.
El otoño es mi estación favorita, retomo los caminos que el largo verano me ha vetado.
A menudo nuestras vidas se presentan de esta forma, con la incertidumbre de qué camino seguir.
Siempre se puede retroceder, es de sabios aprender a equivocarse.
Parece ser que aquí existió un caserío, el de Fombea.
No tendría sentido para mí elegir senderos que no pasen junto a unas ruinas.
Así la belleza de una ruta es doblemente hermosa.
Desciendo en busca de la fuente, se trata de un manantial casi oculto.
Prosigo y de nuevo encontraré un desvío, a la izquierda para acceder a la ermita; a la derecha, un área de descanso.
La ermita de Pegarúas junto a unas ruinas que desconozco lo que fueron.
Todo el entorno muestra cierta antigüedad y encanto.
Solo con mirar hacia enfrente ocupas el tiempo alegrándote que nuestros antepasados eligieran con acierto estos lugares para construir sus ermitas.
Aunque en la puerta aparezca la fecha de 1748, creo que todo el enclave es más antiguo.
Un recuerdo del interior. Se celebra romería para el 11 de agosto.
Resulta obvio que todo lo que queda son restos de una edificación más grande.
Y no he podido encontrar información acerca de este bello lugar.
El área recreativa de Pegarúas, un buen sitio para comer.
Continúo con esta ruta circular entre montañas que no quiero que acabe, sin prisas relajo mis pasos.
Y aparecen las primeras nubes...
...os echaba de menos, regaláis la imagen de este bellísimo entorno con vuestra sola presencia.
Aquí os empeñáis todos en resplandecer para así captar mi atención.
Faltabais vosotras, vacas que pastáis con una inconmensurable tranquilidad.
Se me antoja que podría detener el tiempo en este preciso lugar...
...que no necesito nada más que recrearme en la sencilla visión de este bello paisaje.
Los frutos del agracejo encienden de rojo el otoño de este arbusto.
El escaramujo de este rosal silvestre es especialmente grande.
Un sendero de árboles diversos me acompañará hasta el pueblo, difícilmente podré olvidar sus tonalidades.
Surgen ya las primeras casas de Puebla de Lillo.
...Y el Celorno impetuoso me regala su fantástica sinfonía.
Aún la senda requiebra con elegancia.
Recordaré que desde este bonito pueblo se pueden iniciar varias rutas.
Solo el simple hecho de pasear por sus calles y visitar la Casa del Parque son motivo para una inexcusable visita.
No me conformo con haber terminado esta ruta, necesito llenar mis ojos con más imágenes de montañas, así que cojo el coche y me dirijo hacia el embalse del Porma...
...y ahí está Utrero desafiante y firme. Nunca desaparecerá.
Y como siempre me ocurre cuando me dejo llevar por la melancolía, me vienen a la memoria unos versos de Vicente Gaos:
" Hay un reguero dulce y encendido
de sol sobre los álamos dorados.
Y, a lo lejos, los montes ya nevados
encalman el paisaje atardecido...
Si ahora tuviera el corazón dormido,
los ríos de la sangre no encrespados,
y ojos para mirar enamorados
los chopos donde aún tiembla el sol huido..
...Si ahora como esa luna ser pudiera
que boca virginal, tan lentamente,
tan alma pura en el azul...Si fuera
un álamo, una luna,un dios luciente...
Más sólo soy un hombre en la ladera,
un hombre sólo, apasionadamente."
Es esta imagen la que conservaré siempre en mi retina, la de unas montañas que irán conmigo allá donde vaya.
Septiembre 2015.
Para Belén y Paula, feliz cumpleaños. Os quiero.
Para Belén y Paula, feliz cumpleaños. Os quiero.
Perderse por esos lugares debe ser como caer en un maravilloso sueño y no querer despertar. ¿Quién no necesita de la paz,del sosiego, de tantas cosas hermosas, como transmite un paisaje ,limpio, una altiva montaña, el canto de un sencillo gorrión?
ResponderEliminarEn nuestras idas y venidas por una vida llena de prisas; no se sabe bién para qué; quizá nos vendría bién a muchos, parar un poco, soltar amarras,desaprender parte de lo aprendido y volar,descubrir,sondear indagar y en definitiva salir al encuentro de otras vidas, donde la ramplonería y la escasez de miras no sean nuestra máxima aspiración.
Es por eso, que sigo y admiro a esta viajera incansable. ¡Buen y fructífero, mes de Septiembre !
Hay algo que nombras que resulta habitual en estos viajes, el hecho de perderme. Me aislo mentalmente de todo lo que me rodea en el día a día y además, no sé cómo lo hago, termino perdiéndome en el entorno, me distraigo con tanta facilidad que llega un momento que no sé por dónde debo seguir y es gracias a la casualidad, porque intuición no tengo, que acabo por encontrar de nuevo mi camino. Estoy tan acostumbrada que termina siendo un aliciente más en esta afición que me acompaña desde que era una niña.
EliminarTampoco sé cómo haces para expresar tan bien lo que yo quisiera dar a entender, eso que llamamos paz y sosiego, que se entiende mucho mejor cuando se desconecta de lo que nos marca los pasos cada día.
Te doy de nuevo las gracias por tus maravillosos comentarios. Un abrazo.
Con cada entrada nueva, eres capaz de atraer nuestra vista, para sorprendernos con imágenes captadas con el teleobjetivo de la sensibilidad. Las instantáneas, cogen vida cuando leemos los exquisitos textos que las acompañan.
ResponderEliminarCon esta conjunción perfecta de imágenes y palabras eres capaz de transportarnos a otros lugares haciendo que podamos sumergirnos en el túnel de los sentimientos. Gracias otra vez.
Gracias a ti por expresar tu opinión de esa forma tan halagadora.
EliminarNi las imágenes son tan bellas, la realidad sí lo es; ni los textos tan exquisitos, es lo que creo.
Hago simplemente un ejercicio para atraer a mi memoria aquellos momentos vividos, a veces resulta muy complicado y he de sacar de mi imaginación textos que puede que a simple vista parezcan que no tienen nada que ver con las fotografías pero que terminan dando juego para detenerse un momento y pensar. Puede que sea eso lo que más me interese, que nadie pase ligero por el blog, fijar la atención es importante.
Puede que lo consiga o no, sois vosotros, los que dejáis los comentarios, los únicos que podéis decírmelo.
Gracias. Un saludo.