La culpa es mía, te mostré lo que el mundo puede darte, intenté enseñarte lo que tu podrías devolverle. Te indiqué como funcionan las alas que nos hacen libres.
Siempre en mi memoria guardaré esos momentos que compartimos, esos detalles que solo eran tuyos como cuando eras viento y esparcías hojas, cuando eras todas las flores y derramabas de olores la mochila, cuando de cada rama caída te empeñabas en transformarla en una vara que guiara tus pasos.
Soñabas con habitar cada casa en la que nos introducíamos y limpiabas las fuentes para intentar ver tu reflejo. Detenías el tiempo ante la imagen de una iglesia y hasta que no acababas de dibujarla no podíamos reiniciar la marcha. Tu ilusión era mi generador de ideas, tu alegría mi motor.
Los años han ido pasando y has ido creciendo con cada camino hecho. Eres un buen caminante. A tu favor puedo decir que sabes equilibrar nuestros pasos, que hablas lo justo. Que esa distancia que mantienes siempre por delante de mi es para que podamos vaciar nuestra mente en cada senda, el encuentro solo se produce una vez realizada la visita; no nos molestamos, las impresiones se generan estando solos y al terminar son compartidas antes de partir. Además contigo he aprendido a caminar por la cima de montañas olvidando mi vértigo. Incluso fuiste el que me empujaste a viajar sola cuando no podías acompañarme, solo tu creíste en mí.
En tu contra, quizás las prisas que te genera un lugar que no te interesa. He intentado mostrarte que tanto un templo en ruinas como una modesta vivienda tienen en común la mano que las hizo, no está en el final la respuesta, sino en el inicio.
Tamayo fue el primer pueblo en ruinas que visitaste. Una familia se había instalado allí, a pesar de las limitaciones consiguieron mantener su sueño hecho realidad. ¿No te parece maravilloso?
Desde Oña partíamos para visitar este precioso pueblo, por un camino donde los frutales rebosaban de manzanas. Y cada día volvíamos porque quizás a nosotros también nos hubiese gustado pertenecer a este lugar. La partida fue triste pero esperamos un año y volvimos para verlo de nuevo.
Hoy hijo mío hago esta entrada para y por ti porque aún veo como se te iluminaban los ojos cuando llegabas a Tamayo.
Impaciente esperabas la partida.
Llegando a Tamayo.
A partir de aquí debes comenzar a recordar...............
La hiedra invadiendo la iglesia.
Las calles estuvieron empedradas.
Ya nadie nos observa desde estas ventanas.
Aguantan las casas si se mantienen los tejados.
Edificios de gran porte.
El saúco nos impide el paso.
El tiempo pasa para todos.
Por aquí entramos a la iglesia de San Miguel.
Admiramos las bóvedas de crucería.
Busqué fotografiar algún detalle que no hubiese sido profanado.
Por respeto no muestro ni el suelo ni los altares.
Gruesas paredes para aislarse del frío invierno burgalés.
Caminábamos por sus calles de nombres tan sonoros como Oscura, del Sol...
......calles vacías, anhelantes. A la espera.
Intentabas ponerle nombre a cada árbol que veías.
Te metiste en este túnel. Una bodega.
Dábamos vueltas por el pueblo, necesitábamos recoger más detalles.
No suenan las campanas.......
........ni ningún niño trepa al árbol.
La puerta se desmorona, la piedra que la enmarca, aguanta.
La hiedra que aparentemente protege.
Divagabas sobre qué uso habría tenido antes esa piedra.
Al fondo, Oña.
Lo que queda del castillo. Una pared desafiante.
Un bosque envuelve a Tamayo.
La torre y la Sierra de Oña.
Nos despedíamos hasta mañana.
Ya no pasa el tren.
En Tamayo, aunque vuelvas algún día, seguirás siendo niño.
Verano 2005.
Sin duda, la entrada más bonita por todos los sentimientos que contiene. Aún os quedan muchos caminos por recorrer. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias a estos recuerdos podemos detener el tiempo. Me ha costado bastante sacar estas imágenes, incluso he dudado en hacerlo pero necesitaba explicar cómo me encontraba en ese momento. No dudo que volvamos a viajar juntos en alguna ocasión. Pero cada uno tenemos que tomar nuestro camino.
EliminarMuchas gracias Antonio por tus palabras, como siempre, son de mucha ayuda. Un abrazo.
Verdaderamente emocionante la forma en que hablas de tu hijo. Me imagino vuestras vivencia allí, como yo las tuve con mis hijas en el mismo lugar hace muchos años. En vuestra mochila de afectos Tamayo y sus ruinas siempre ocuparán un espacio afectivo imposible de borrar. Lo dicho, emocionante.
ResponderEliminarUn abrazo
Quizás la razón por la que no haya regresado a Tamayo sea porque la nostalgia se endurece en los corazones, se encapsula y para liberarla no sea suficiente rememorar lo vivido con mi hijo.
EliminarAún así puede que regresando encuentre algo que me lo devuelva. Muchas gracias por su comentario.