Me complico a menudo cuando quiero aceptar lo irremediable, cuando quiero comprender lo incomprensible, cuando quiero devolver lo que se ha perdido o sembrar la tierra que sigue baldía.
El cielo como lo vemos no es solo el camino de paso de aves que confunden nuestras miradas. No estamos ciegos ni sordos pero hacemos el papel de nuestras vidas cuando nos encerramos en nuestras buenas costumbres.
Si paseo a diario por el mismo sendero es porque trato de buscar mientras lo hago un sentido a lo que veo. No es el miedo el que me acompaña, no es el tiempo lo que olvido, no es la distancia lo que nos separa, es el hecho de continuar vivos.
La vida es un túnel por el que debemos pasar, unas veces estará a nuestra altura, otras se irá estrechando hasta causarnos asfixia, otras se agrandará a nuestro ritmo permitiendo que veamos las nubes, que circulemos sin prisas, que disfrutemos de lo experimentado. Causa estupor asomarse al jardín del olvido, el que recoge lo que hemos dejado perder, lo que no escribimos, lo que no dijimos, lo que involuntariamente olvidamos hacer.
Noviembre se levanta sosegado, con él se despliegan las alas del otoño en todo su esplendor. Sin embargo nunca un mes me ha causado tanto dolor. Regreso cada año, una y otra vez sin encontrar sentido a el por qué las pérdidas pueden romper nuestro destino.
Hay momentos en los que los silencios cobran sentido, donde las palabras escapan antes de que con ellas podamos expresarnos. Dejo de ser contadora de sueños cuando permito que éstos vuelen inacabados. Y descubro tarde que la vida es corta, siento qué tarde llego, que empezar no es el comienzo, que acabar nunca será el final. Puede que mientras escribo las palabras me pertenezcan, que mientras leo me deje seducir por su sonoridad. Pero puede que el poder de lo escrito solo cobre sentido mientras tú lo leas. Y después acabará siendo un ligero recuerdo en la delicada memoria de un cansado lector.
Llegué a Palencia para hacer la ruta de los pueblos abandonados, tenía dos posibilidades, comenzar desde Ciudad de Brezo cerca de Velilla o desde Camporredondo. Ante mí tenía 17 km y sin coche de apoyo. Lo normal sería haber cogido la primera posibilidad y volverse desde Valsurbio, habría quedado una ruta de un solo día, eso sí, intensa y larga, pero tendría que haber dejado de lado los detalles, esos que dan importancia a las rutas. Saldría la foto y punto. El tiempo no usa reloj de pulsera en estos lugares, se compone de salida y puesta de sol.
Tenía que ver antes Valsurbio o quizás solo este pueblo, Valcovero me daba igual, en un principio.
Me dirigí bien temprano a Camporredondo donde la niebla ocupaba su lugar y al intentar encontrar un panel o señalización de ruta me di cuenta tarde de que éste no existía. Las bajas temperaturas del ambiente y el equivocarme de camino me hizo volver al coche donde pude desplegar el mapa y tomar la decisión de volverme o intentarlo de nuevo. No suelo echarme atrás, cogí el libro: "La montaña palentina" y memorizando lo leído emprendí de nuevo el camino, di con él, si bien se presentaron desvíos hice uso de la intuición que esta vez no me falló y conseguí llegar al pueblo. Su iglesia fue el centro de mi atención, más tarde la búsqueda de la fuente y las montañas que pintan los cielos de un toque distinguido fueron mis acompañantes durante bastante rato.
No tenía sentido continuar hacia Valcovero. Me quedaría un día más y haría el camino contrario. Como imaginé tampoco estaba señalizado, así que, querido lector/a, con esta entrada intento explicar cómo ir a estos dos pueblos porque ambos merecen una buena visita, eso sí sin prisas, y siento mucho decirlo, puede que si no tenéis vehículo de apoyo, necesitéis esta excusa para quedaros por este Parque de Fuentes Carrionas, en Velilla del Río Carrión o en Cardaño y porqué no, intentar subir al Espigüete, al Curavacas, al Pico Murcia, a la cascada de Mazobres...demasiadas rutas con encanto.
Despliega la niebla sus encantos, es el velo de la mañana que tapa con pudor su fresca imagen lavada.
Es la apariencia del pantano sobrevolado por la levedad de la niebla la que hace del amanecer un juego de luces apagadas.
Me engaña en Camporredondo de Alba este cartel y la señal de GR. Creo tener las puertas abiertas y aunque el frío me congela las manos inicio con ilusión el camino.
El río baja caudaloso pero también será un espejismo real, las compuertas están abiertas.
Quizás media hora, que importa, dedico a buscar el sendero que me lleve a Valsurbio, mientras tanto me dejo hechizar por la fuerza del agua, por el colorido de la arboleda.
En un segundo intento sigo las indicaciones del GR para abandonarlo justo aquí, cogeré el camino de la derecha pasando por el puente sobre el arroyo de la Cárcava y echaré la moneda de la duda y tomaré la senda de la izquierda que asciende entre un atrayente pinar.
Surge a mi espalda un anfiteatro de montañas con el Espigüete como principal protagonista.
Entre esbeltos pinos discurre mi paseo, contemplándolos agudizo el sentido de que lo pequeño se engrandece aún más en la línea que atraviesa este camino.
Una vez salgo del pinar será el sendero de la derecha el que traerá por sorpresa la visita de una cierva que aún no acierta a estar asustada.
Siempre la mirada intenta fundirse con un fondo azulado de siluetas escarpadas, de montañas demasiado lejanas. En el centro, el Curavacas llama poderosamente la atención.
Quiero ver Valsurbio pronto y lo imagino tras los chopos que embellecen el sendero. Pero aún queda camino por recorrer.
Cuando por fin me encuentro en su entrada, delicadamente encubierta por serbales y fresnos, alzo la mirada al cielo para descubrir un firmamento de finas hojas, las estrellas de la mañana.
Una primera vivienda arreglada me recibe. En todo Valsurbio encontraré otras dos que intentan cambiar el futuro de este pueblo abandonado en los años setenta.
Las paredes descarnadas lamentan el paso del tiempo. Hoy son solo eso, muros, antes fueron las viviendas de unos 100 habitantes.
Los muros del cementerio permanecen inalterados. Los años lo han tratado con respeto.
Vivían de la ganadería y de la agricultura de subsistencia.
Los inviernos eran muy frios. Aquí nunca llegó la electricidad, ni hubo carretera, solo esta pista forestal que le une a Camporredondo y a Valcovero.
Allí crecen en un mágico jardín que rodea al pueblo, serbales, fresnos, álamos, chopos, manzanos, cerezos...
Junto a la calle principal está la iglesia arropada por elevados fresnos y serbales que la hacen más pequeña. Se aprecia ese amor que la vegetación siente por la piedra herida, por el desamparo.
Mi tiempo será mientras tanto una secuencia de idas y venidas para intentar reconstruirla.
Los ojos de su espadaña asoman interrogantes ante mi visita.
Con dificultad me abriré paso entre sus paredes.Quiero ver el altar mayor o las capillas laterales.
Quiero volver a ver los bancos inexistentes e imaginarlos.
Me cierran el paso los rosales silvestres, las espinas enlentecen aún más el paso. Y reclaman la partida.
Justo en este momento tengo el mundo a mis pies, ese pequeño mundo donde crecen en desorden las piedras que amontona el descuido.
Lo que en un principio parecía ser un templo pequeño se abre a la incertidumbre del puzle al que le faltan demasiadas piezas.
Dejo que mis dedos recorran tu espina dorsal, tu dibujo de cantero que trata de perdurar en el tiempo.
En Valsurbio a 1472 m. de altitud seguro que nunca faltó el agua. Es el pueblo más elevado de toda Palencia.
Sus habitantes fueron emigrando, duras condiciones de vida, fuertes nevadas. Incluso ataque de lobos como el del año 1955 que acabó con la vida de 22 ovejas.
Mientras tanto el agua sigue su curso...y el pueblo va resurgiendo, despacio, con esa cadencia que marca el paso de las estaciones.
Cada vez que paseo por un lugar deshabitado surge la misma inquietud, la que alimenta los recónditos lugares que pierden paso a paso las piedras y sus vivencias.
Porque lo que veo ahora antes fue un cúmulo de vivencias que ocuparon cada rincón de la casa.
Se me hace que la espadaña me observa desde su atalaya, protegida por los fresnos que hacen de guardianes de lo que queda del templo.
Hacia Valcovero voy cuando me encuentro otra fuente. He visto otro pueblo-bosque que regado dócilmente por encauzadas aguas muestra una idílica imagen.
Me dirijo hacia la Cruz de Valsurbio y volviendo la mirada me veo caminando entre la espesura, cerrada, encubriendo al pueblo. Quién diría que allí te escondes.
Por eso vuelvo a recorrerte de nuevo y me recreo con tu plaza y el espléndido cerezo que te da sombra.
Imagen olvidada de las fiestas de la Virgen de las Nieves.
Paso página a tu libro, el que compone estrofas y canciones, el que recoge las palabras que se dijeron y aún circulan por el centro de Valsurbio.
Paso página a tu libro, el que compone estrofas y canciones, el que recoge las palabras que se dijeron y aún circulan por el centro de Valsurbio.
Y regreso por idéntico camino, el que cogían tus moradores cuando iban a Camporredondo.
Mis ojos ven las mismas montañas y no quieren despegarse de ellas.
Ahora el río Carrión aparece menguado, nada que ver con la imagen que me regaló la mañana.
Y el imprescindible y necesario paseo por sus calles para imaginar cómo fueron las casas de Valsurbio. Un traslado de ubicación, un ejercicio mental a la sombra de una morera.
A la mañana siguiente dejo el coche en la presa de Compuerto.
Este túnel marca el inicio de la estrecha pista que me llevará hasta Valcovero. A su vez marca diferencias entre el pinar que se extiende por las laderas de subida hasta este lugar y el robledal que a partir de ahora me acompañará por esta estrecha carretera sin apenas desnivel.
Vuelve a estar nublado. El embalse de Compuerto duerme entre grises aplomados.
Aquí no me duele el asfalto, robles y serbales seducen al caminante con su toque otoñal.
Uno de mis árboles favoritos, el serbal de los cazadores. Sus frutos, muy vistosos, son usados como cebo para cazar pájaros.
El camino se hace despacio acomodando la vista a su hermosa vegetación.
Un cartel invita a visitar Valcovero, valle de cuevas.
Cara y cruz son un pueblo y el otro. Durante mi breve estancia aquí podré comprobar cómo se puede "vestir" de nuevo un pueblo abandonado, cómo se puede hacer realidad lo que siempre se nos plantea cuando tenemos delante un deshabitado.
Aquí el deambular de sus gentes, ese perceptible bullicio parece estar sacado de un sueño del que no quieres despertar.
Conviven la sencillez y una discreta elegancia.
El comienzo de esta historia se inicia aquí...
Sientes una pronta necesidad de venirte a vivir una temporada. Y dejarlo todo porque has encontrado un pueblo encantador.
Te da la sensación de que si ha estado dormido durante algunos años, su despertar ha sido rápido con la idea de enamorar al primer vistazo.
Flores por todos los rincones, geranios, pensamientos, caléndulas, petunias...Cuánto colorido.
Una fuente muy original para recrearse sentándose junto a ella.
Una buena reconstrucción de las viviendas, muy bien cuidadas, entre frutales.
Y la joya de Valcovero, "La Benina", llamada así en recuerdo de la última persona que la habitó. Con más de 250 años de antigüedad y su peculiar tejado de colmos de paja de centeno es la única construcción que queda en pie en Palencia de estas características.
Las casas con tejado de paja eran más calientes en invierno, pero precisaban de reparaciones debido a los fuertes temporales.
En lo alto del pueblo se pueden admirar la iglesia y el cementerio en un bello emplazamiento.
Salgo del pueblo, no hay pérdida, siguiendo los postes de la etapa para ciclistas Triollo-Guardo.
Será necesario volver la mirada bastantes veces para ver como surge la montaña iluminando el telón de fondo que deja atrás Valcovero.
Una tras otra irán desfilando rompiendo la armonía de un cielo cubierto de nubes.
Y a la derecha, disculpa si me equivoco, la Peña del Fraile. Como una gran luna que intenta escapar de la tierra.
Una gran fuente a la izquierda del sendero de nuevo dará esa imagen de luna y espejo, de sol y de rueda.
No he podido darme prisa y comienzo a intuir que el sol llenará de nuevo este cielo.
De pinos y nubes se cierne el paisaje.
Llego al refugio del Cristo de la Sierra, encrucijada de caminos que me hace dudar de cómo llegar de nuevo a Valsurbio.
La casualidad siempre amiga me hace coincidir con un ciclista de Guardo, he de coger la pista que rodea por la derecha el edificio, sin desviarme, siempre por la senda más ancha llegaré a mi añorado pueblo.
Mientras asciendo hacia la Cruz de Valsurbio a 1691 m, la luna-montaña irá ocupando su lugar, centro de un increíble universo.
Tengo el corazón partido, le pertenece a estas montañas pero sé que otra parte de él sigue siendo de Valsurbio.
No busco ruinas que intentan salir de la arboleda, ni atalayas donde no las hay...Sé que estás frente a mí y acierto al cerrar los ojos e imaginarte escondido entre serbales que en otoño teñirán tu desolada faz con sus hojas aserradas.
Te siento cerca al compás de un arroyo que atravieso de una corta zancada.
La magia del pasado se cierne sobre nosotros. La vida es corta incluso para tí.
A pesar de todo, el mundo se ve inmenso desde tus castigados ventanales...
...y el arranque de tus muros no se atreven a pedir ser reparados. ¿Acaso lo necesitas?
Esta segunda vez que te visito, ante nuestros ojos, los tuyos y los míos, acierto a pensar que el bosque te recoge con la mano abierta que hoy es tronco, con la suave voz que hoy son ramas, con la dulce sensibilidad de los regatos que despiertan la tierra dormida.
Tus gentes partieron por falta de terrenos para cultivar, por el intenso frío que agrieta los ánimos en estas elevadas altitudes, porque no llegó nunca la luz ni una carretera.
Porque hacer crecer los sueños que se levantan con el ánimo de una sola mañana no basta para culminar los días.
Vuelvo hacia la luna que ya se ha convertido en sol.
Me pregunto si en otra vida podré elegir ser ave de paso.
He de llenar los espacios en blanco con montañas y con pueblos acomodados entre sus faldas.
Paso en silencio por Valcovero, tampoco ahora podré subir hasta su iglesia, una obra me impide el acceso aún.
El regreso se llena de recuerdos y de sensaciones que apretadas no cabrían nunca en mi mochila.
Dirijo mis pensamientos hacia este otoño que pinta los árboles desnudándolos, que resurge ralentizando las horas del día.
Procedéis a presentaros con diversos tonos sobre la verde pradera regada por el arroyo de la Cueva.
Voy guardando los colores en la retina y los olores entre la ropa.
El Espigüete es la montaña más bella del Parque de Fuentes Carrionas. Sus 2451 m. se asoman al embalse de Compuerto como una imagen de postal.
Alargo el paseo todo lo que puedo. ¿Quién quiere acabar un sueño a medias?
Frecuento tus asientos sin atreverme a asomarme a tus deslindes.
Y tras verte me pregunto por tu nombre, por cómo sería coronar tu cumbre, porque el tiempo se acaba cuando la incertidumbre arraiga desubicando mi espacio.
Puede que acabe soñando que viajé mientras dormía, puede que acabe etiquetando este viaje con notas discontinuas. Nunca acabaré de cerrar página mientras existan pueblos como Valsurbio.
Octubre 2016.
Un recuerdo especial para Menchu del Hostal Stop de Velilla de Río Carrión, la simpatía en persona.
Quiero dedicar esta entrada a mi "niña" Sara, con permiso de su madre. Y a su encantadora familia.
Los huecos que vamos dejando sin ocupar llenan de esperanza nuestros sueños, no dejamos de olvidar mientras los recuerdos nos han hecho felices.
Gracias.
Muy hermosa esta ruta que Rosa nos descubre una vez más. Ese pantano, esa montaña-luna, y esos árboles invitan al viaje interior , si no se puede caminar por allí.
ResponderEliminarEs tan importante el viaje interior como el exterior, los dos van siempre de la mano en mi continuo caminar.
EliminarNo me es posible separarlos. Camino para acrecentar de vivencias esos espacios que reconozco como vacíos, que si no se llenan terminan siendo yermos como los campos abandonados que contemplo.
En esta zona hay dos pantanos prácticamente juntos y una línea de montañas que no deja indiferente a nadie. Ha sido un descubrimiento especial llegar a Fuentes Carrionas y ver el gran potencial que tiene esta zona en cuanto a senderismo. Valsurbio es otra historia, es el centro de este viaje interior que hice, para comprenderlo hay que coger el sendero que quieras y acercarte a él, no con mis palabras que se quedan cortas para expresarlo, es preciso hacerlo, como a menudo digo, con la sorpresa inesperada que nos reserva lo que se mantiene oculto.
Muchas gracias por tu comentario. Un saludo.
Gracias, Rosa Cruz, por tus impagables reflexiones y descripciones. Todo es tan conmovedor, tan profundamente interior en tus rutas y caminares... Qué suerte poder leerte.
ResponderEliminarUn abrazo
Quizás sea uno de los caminos que más esfuerzo me costó, pero a medida que iba ascendiendo, esas reflexiones que acuden gratuitamente a reforzar la soledad de los parajes, la del caminante... comienzan a fluir, casi sin darnos cuenta, por las páginas en blanco de nuestro diario. La suerte es mía por encontrarme con comentarios así. Saludos.
EliminarSolamente unos breves apuntes del caminante y el lector de este idílico viaje percibe, como un escaso don, que la persona que describe lo que ven sus ojos, es extremadamente sensible, amante de la Madre Naturaleza y respetuoso con sus gentes. Mil gracias por hacer volar mi imaginación sobre ríos, árboles, pueblos abandonados, valles y montañas. Y hacerme entender que la Vida es muy bella si se vive con intensidad. Gracias.
ResponderEliminarSe intenta cada día vivirla lo mejor posible, tarea que no resulta fácil. Decirle que añoro todos esos viajes que hice sola, porque así lo quise, porque así lo necesitaba. Una siente añoranza de tantas cosas y sin embargo acabas dándote cuenta de que las cosas no sienten añoranza de ti, que todo sigue su pausado ritmo y que somos nosotros los únicos que miramos pero no vemos. Muchas gracias por tan sensible comentario, un saludo.
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