sábado, 21 de enero de 2017

REGRESO A LOS HUECOS DE BAÑARES. JAÉN.



Siempre he creído que de alguna u otra forma permanece donde habitamos la huella de lo que fuimos, esa huella indeleble que al principio puede parecer inadvertida pero que con intermitentes regresos puede surgir ante nosotros desvelándonos experiencias pasadas de los que allí habitaron o hacernos formar parte de su universo onírico, de ese escondido mundo donde converge el pasado con el presente.
Comencé a instalarme a vivir entre recuerdos y nostalgias cuando acepté que lo que veía, lo que me rodeaba, no me gustaba.
Cada uno necesitamos una manera para evadirnos de la realidad, la mía es ésta. Crear mundos interiores a partir de las vivencias de otros. Recomponer los fragmentos que me encuentro y presentarlos con un desenlace feliz. Hacer acopio de esas pequeñas cosas que nos suceden a diario, que pueden pasar desapercibidas y entregarles el valor que veo en ellas. Es decir, me recreo en lo que veo y lo transformo gracias a la imaginación, motor de toda esta aventura.
Gane o pierda la partida, seguiré movilizando a mi paso las hojas que tapizan los senderos, recorreré con los dedos las fisuras en las piedras o las viejas cortezas de los árboles, me inclinaré ante la majestuosidad de las peñas que me salgan al paso, dejaré que sea el bosque el que me hable, que las ruinas desaten los murmullos que quedaron atrapados en su caída. Lo importante es escuchar, lo demás sobra.
Regreso a Los Huecos de Bañares, hace tiempo que me planteé que, como dice la canción, al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. 
En las dos ocasiones anteriores había ido con mi hijo y lo cierto es que intercalamos tramos en coche con otros caminando, el quería llegar más lejos y yo le seguía. No es a lo que estoy acostumbrada, no es mi forma de viajar ni de entender ni de observar, así que ya que me desplazaba sola decidí hacerlo a mi manera.
Dejo el coche cerca del cruce al cortijo de Nava del Espino, justo donde se coge el desvío a la cascada del Saltador. Hay un antes y un después, mientras atravieso Segura observo que el día va a abrir, será soleado, algo estupendo para fotografiar montañas pero cuando comienzo a caminar me da la sensación de que entro a otro mundo, uno mucho más salvaje, además se ha levantado un aire muy frío que hará que dude si he tomado una buena decisión. Las nubes completan el cielo hasta que llegue a Prado, allí terminarán por abrirse a los primeros claros en un mediodía espectacular. 
Volveré a saltarme la comida, volveré a perder la noción del tiempo, volveré a intentar buscar eso que se llama nostalgia y que está presente en cada piedra que ejercita el equilibrio en este bellísimo lugar. Si bien es cierto que mi meta era llegar al cortijo del Toconal, eso no será factible, mientras exista un lugar llamado Prado de Juan Ruiz mis pasos se adentrarán en sus entrañas porque quizás yo ya forme parte de alguna manera de él, así lo siento cuando me encuentro entre sus ruinas.
En Navidad falleció Matilde, gracias a la información que ella entregó a Miguel Mesa pudo ver la luz la anterior entrada sobre los Huecos de Bañares, ella era parte de esta tierra donde había vivido, nadie mejor que ella para dejar ese hermoso testimonio de lo que fue la vida corriente en estas cortijadas.
Siempre sentiré gratitud hacia esta persona a la que no pude conocer y siento muchísimo su pérdida.
De alguna manera regresamos a nuestra infancia, a nuestros momentos de felicidad, a nuestros recuerdos compartidos, a nuestras añoranzas. Creo que no partimos con la muerte, que ésta no puede borrar lo que la tierra ha recibido, lo que el viento ha recogido. Lo que queda es tan fuerte que no puede fracturarse ni perderse,  solo hay que observar con atención, prestar nuestros sentidos a la madre naturaleza y dejar que ésta se explaye y nos muestre aquello que perdurará para siempre.





Entro en Segura de la Sierra y, aparcando mal,  me sitúo frente a Jorge Manrique con mi más sencilla admiración  hacia su figura. Al fondo el sol despierta al Yelmo.




Aparco, detrás de mí quedan un buen número de curvas pero por fin estoy caminando.
El GR 247 es el de mayor longitud de España y la mejor forma de conocer el Parque de Cazorla, Segura y Las Villas, algo más de 300 km en 21 etapas, un reto magnífico para el senderista.




"La autopista" a los Huecos de Bañares que une Jaén con Albacete se presenta en un principio con un ascenso suave y continuo.




Este es uno de esos lugares donde te detienes porque no te crees lo que estás viendo. Me encuentro ante el Collado del Ventano. La niebla sube rápido y juega con las cimas.




El acebo con su decorativa drupa roja que permanece durante todo el invierno.




Regreso a esta apasionante búsqueda de las cortijadas que formaron Los Huecos. Al fondo veo una, pero creo que está fuera de la zona, y no sé su nombre.




Desde aquí ya sabes y comprendes que estás fuera de lugar, que la naturaleza impone y tú solo eres nada.




Es aquí donde el viento intenta detenerme y me frena con todas sus fuerzas. Durante unos instantes no consigo avanzar y entiendo que puedo perder la batalla,  pero no me rindo.




Traspasado ese límite que hace de frontera toca un descenso suave entre pinos, encinas y  robles amarillentos.




Creo que lo que veo abajo es la Tiná de la Fuente del Tejo y al fondo sobresaliendo con su envergadura El Castellón.




Es aquí donde abandono el GR, si siguiera a la derecha en casi 
4 km llegaría al Calar de Nava del Espino, la única montaña en la que me ha sorprendido una tormenta en su cima, inolvidable.




Durante casi todo el recorrido irán surgiendo varios desvíos casi todos con indicadores de "prohibido pasar" salvo éste que lleva a la Tiná de la Fuente del Tejo, lo dejo pendiente para otra ocasión.




Se llama El Castellón por su parecido con una fortaleza, imagino. Tiene una altitud de 1585 m.




Vuelvo la vista atrás y se despliega casi en toda su longitud el Calar del Espino. Su vértice geodésico está a 1722 m.




Y ésta debe ser la pista que lleva al collado de Gontar
Prado Maguillo. La casa creo que es el cortijo de la Viuda.




Ahora toca descender, lo cierto es que para nada se hace pesado el camino, todo lo contrario, si te gusta la montaña es ésta  la mejor compañera de viaje.




Durante el recorrido solo haré una parada con una agradable familia de Albacete que buscan setas.
Serán ellos los que me indiquen que no lloverá a pesar de que las nubes se intensifican por momentos.




El Calar de Morillas es impresionante, te deja sin palabras, te detiene con esa mastodóntica silueta que te hace creer que el mundo de ahí afuera ya no te importa nada. Tu mundo es éste ahora.




La niebla intenta levantarse desvelando un valle donde reinan los chopos entre tanto pino.




Qué pequeños somos y qué poco se necesita para sentirse bien.




Qué bonito es Morillas, su idílica ubicación junto a una inmensa noguera y sus limpias huertas.




Y esa peña en equilibrio que me hace pasar rápido por si decide caer sobre mí en este preciso momento.




Abajo, la cortijada abandonada de Morillas de Abajo. Intento encontrar un acceso a ella y no lo consigo.




Ahora el camino no tiene apenas pendiente, es un paseo entre elevados cantiles y el planeo de buitres.




Es ahora este pequeño cortijo, del que no encuentro su nombre, el que quiere salir en mi objetivo.




Me encuentro con una era, cerca estará su cortijo.




La tinada de Morillas, arreglada probablemente para uso ganadero.



Siento que mi corazón bombea más rápido,  me acerco a Prado porque ya veo al fondo el Calar de la Sima con el pico El Fraile recibiéndome.




El Calar de la Sima se reparte entre las provincias de Albacete, en su mayor parte, y Jaén.




Y ahí está Prado, ya queda poco, son los ojos del corazón los primeros en verlo.




A la izquierda del camino esta sencilla fuente, creo que es la del Rinconcillo.




Este arroyo más adelante unirá sus aguas  al de Prado para acabar pasando por el molino del Rubial.




Conozco el otoño y el invierno en la aldea, me pregunto qué imagen deparará la primavera.




No hay era más bella que la de esta aldea, ni entrada más acogedora, sin duda, no.




Entre robles, encinas y pinos, la noguera desnuda sobresale entre todos ellos.




Voy bien de tiempo, debo seguir hacia el Toconal, unos pocos kms de ascenso y llegaré, pero...




...todos mis caminos llevan a Prado de Juan Ruiz. Podría llegar desde la fuente del Tejo. Desde Cañada Chica, desde el Collado de la Fuente. Podría perderme en cualquier punto de esta hermosa sierra y acabaría aquí.
Se cuenta que todas las viviendas estaban comunicadas por pequeños portillos para poder convivir sus habitantes en épocas de temporales.




Cruzo de nuevo tu umbral con el sosiego que me inspiras.




Y los detalles que yacen malheridos recobran su antigua utilidad.




Son tus ruinas las que albergan bajo su cobijo las sombras de los que partieron.




Quiero ver que en el horno aún queda algún rescoldo para cocer las hogazas.




Alumbro con el color de la tristeza el semblante de tus fachadas cuando se apagan bajo las nubes.




Fabrico ideas donde otros deshacen objetos. Hoy veo que cada madera volverá a sentir la caricia de tu mano.




Elevemos de nuevo tus paredes, recompongamos tu pasado con los recuerdos que mantengas.




Coloquemos de nuevo tus tejas sobre el armazón de palos que hoy deshecho se adhiere al suelo de tu estancia. El año pasado aún te mantenías en pie, ahora te deshaces invariablemente.




No me impidas el paso, que tengo que cruzar una vez más para llegar a tu calle a saludarte.




Me encuentro con varios ejemplares de árboles del paraíso lo que me indica, quiero creerlo, que aquí el viento es más suave que en otras partes de la sierra, que estas montañas te cobijan y cuidan, de hecho mientras estoy en la aldea no siento frío.




Haces de puente eterno con tu sencilla factura...




...y tu trazado breve y sencillo evoca los pasos de los que por tí caminaron.
Junto a tí se entrelazan las ramas de las nogueras en un apremiante abrazo.




Me alejo despacio buscando un ángulo diferente para verte como te vieron...




...y sin darme cuenta me adentro en un pequeño bosque de encinas y robles que me conduce por una estrecha senda invitándome a recorrerlo, como antes lo había hecho contigo.




Y es aquí donde me doy cuenta que ya soy uno de vosotros, parte de la tierra, parte de la naturaleza, un nudo que se deshace con cada paso. He cogido el extremo del hilo y solo he de seguirlo.




Me ofrecen diversas posibilidades, que elija la forma que quiero adoptar.




Feliz encuentro con las sendas que florecen de musgo, de líquenes, de coronas de ramas.




Aquí me transformo en agua del arroyo que transfunde vida a tus plegarias. El espejo de una nube roto por un regato sutil.




Veo troncos animados posando como estatuas de un lugar encantado.




Puedo detener el tiempo y dejarme eclipsar por la ligereza de tu asiento, por tu aroma, por tu tonalidad y tacto.




Abajo donde el camino se detiene, los muros encauzan el arroyo que serpentea con apenas agua.




Estoy ante una posible era o una pradera, tierra ganada a la tierra.




Y sobre el lecho vacío se yergue un sauce despidiendo al otoño.




Y entre todas las vidas que acepto vivir me uno a la tuya y ahora entiendo porque no quiero partir.
Me siento a gusto en el desamparo que no ofreces, en el anhelo que sugieres, en la aflicción de la que reniegas. Hay vida tras la muerte.




No debería haber  final si no fuese feliz.
 Mi trazado se une a este bellísimo rincón donde permanecen los conductos que probablemente llevasen agua a un molino. Junto a él, una pequeña cascada rasga el silencio del bosque.




El regreso son ahora hojas que escupen los árboles para dejar su impronta sobre la tierra.




Lleno mi paseo de bancos donde os sentabais para dialogar, para jugar, para esperar.




Y continúa mi búsqueda de formas que habiten vuestras ausencias.




Ser hoja de arce o su fruto de sutil nombre, sámara, que al igual que una mariposa lleva alas para desplazarse.




O la cuchara que sació tantas bocas.




Aparco sentimentalismos tras salir del bosque, el sol intenta ganar terreno y me pregunto si acaso no veo a Prado de Juan Ruiz ahora como una próspera aldea.




Y su lavadero en pleno funcionamiento. Destapa el silente murmullo y lo llena de voces alegres.




Y acumulo en mi memoria tantas aldeas abandonadas que solo una puede ocupar el primer puesto.




Y en una próxima visita tendré que hacer listado de la variedad de sus árboles, antes no me había fijado en este cedro.




Idear mil historias para intentar explicar el  porqué alguien dejó aquí estas peculiares flores.




O ver a través de los cristales como se diluye el humo entre la niebla, entre la infinita calma.




Para conocerte he de desenterrar todos tus rincones secretos, pero cuántas vidas he de vivir para poder comprenderte.




Intentaré plagiar tus fachadas pero habrá muros que no levante, prefiero que la montaña sea la luz de tus días. Mientras la vea, sé que tu también estarás ahí junto a mí, contemplándola.




Quizás observar no sea suficiente, quizás morir no sea el final, quizás lo que dejamos a medio nos interpela, nos avisa de que hemos de volver para acabar de hacerlo.




He increpado a la tierra tantas veces rogándole que me devuelva la imagen de antaño que a veces creo que sería mejor aceptar la derrota, ver como otros lo hacen. Pero mirar sin detenerse, sin dejarse atrapar por el momento, sin intentar devolver a la tierra su templanza, esa calidez que mantiene cuando el silencio reina atrapado entre las piedras. No, prefiero mezclarme con ella, ser hoja y rama, ser semilla y fruto, puerta y ventana...desfigurar al olvido.




Perder la partida no significa siempre una derrota. El enemigo es fuerte y a veces no estamos preparados para enfrentarnos a él. Pasarán tormentas, ventiscas, nevadas...nada conseguirá arrancar tu trazo original.
Nada impedirá que no vuelva a verte. Buscaré tiempo porque necesito demasiado para continuar aventurándome por tu memoria.




Desde el otro lado de la pista, desde estas eras elevadas sobre tus ruinas...hasta pronto.




El regreso me detiene una vez más en el arroyo que baja impetuoso del Calar y me pregunto si seguirlo me llevará al molino del Rubial.




Siguiendo su curso, a mi izquierda su cauce me acompaña. Me adentro en un camino que no está vallado.




Caminando sobre la juma de los pinos la senda parece interminable.




Me detengo a veces para acercarme al agua, otras ella se escapa de mi vista y alcanzamos distintos desniveles. Al final me doy cuenta de que el tiempo se acaba, que regresaré tarde y que todo no se puede lograr en un día.




Te despido de nuevo Prado de Juan Ruiz,  en la lejanía te distingo siempre hermoso.




Y el camino vuelve a llenarse de montañas...




...de imponentes siluetas que nunca me han dejado.




Y es la era de la Tiná de Morillas la que ahora intenta hermanarse con la de Prado.




Y asciendo el camino para acercarme al cortijo y descubrir su antiguo horno.




Despacio muy despacio camino para no perder detalle de cada uno de estos riscos, olvido que voy mal de tiempo.




Descubro una cueva semioculta por la vegetación y me quedo unos instantes recorriendo sus formas.




Y alzo la mirada para escapar...



...para detener el tiempo e integrarme en el paisaje.




Y continúo con la búsqueda de aquellas cortijadas de Los Huecos pero sé que ya he salido de este mágico enclave y la que veo ahora...




...ni siquiera puedo ponerle nombre. Va hundiendose y con ella se pierde su memoria.




Y entre tanto pino, un arce granadino surge airoso con sus semillas a punto de levantar el vuelo.




Un último acercamiento a la Tiná de la fuente del Tejo. 




Al fondo surge otra montaña y ésta si que la conozco bien...




...el Navalperal con sus 1620 m. de altitud. He ascendido tantas veces tus laderas y sin embargo mañana mismo volvería a hacerlo.



 8 de diciembre 2016.


Hace unos días me encontré con este bello poema de Emily Dickinson, sutil ayuda para acabar esta entrada:


"Si logro salvar un corazón de romperse,
no viviré en vano;
si logro borrar de una vida el dolor;
o enfriar una herida
o ayudar a un esfumado petirrojo
a regresar a su nido de nuevo,
no viviré en vano."


A Matilde de Los Huecos de Bañares.


12 comentarios:

  1. Ha sido un placer para mis ojos seguir esta ruta que he de vivir y leer tus impresiones. Un fuerte abrazo.

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    1. Regresaré a Prado de Juan Ruiz en cuanto tenga una próxima oportunidad aunque no consiga avanzar hacia Cañada Chica. Me planteo, y lo haré, el hacer este camino desde Alcantarilla(Albacete) y en varias etapas poder concluirlo, aunque me parece que será bastante improbable que lo acabe, quizás ahí resida su magia, en la imposibilidad de completarlo pero es un reto muy importante para mí. Cuando estás en esta zona tan espectacular te aseguro que todos los demás lugares pierden interés. Es lo que tienen de especial estos Huecos de Bañares. Muchas gracias por tu comentario.

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  2. Me ha gustado mucho, las fotos son preciosas. Espero volver a compartir una ruta contigo. Besos

    Juana.

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    1. Anímate y vente conmigo la próxima vez. En esta excursión invertí unas 7 horas, eso sí, a mi paso. Hay mil detalles que me detienen, aunque no me pare a comer, voy despacio y observando y sobretodo disfrutando. Es la mejor terapia para luchar contra la melancolía. Muchas gracias. Un abrazo Juani.

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  3. Estimada Rosa, sabes que soy parco en palabras, y que ya me gustaría a mí poder expresar la alegría que me da leerte y seguir tus rutas, que a fin y a la postre, son tus vivencias. He tenido la suerte de ser aprendiz de pastor por unos días, caminando detrás de un inmenso hato de ovejas, y te confieso, que cuando pasaba por cortijadas abandonadas, me acordaba de tus comentarios, y mi imaginación echaba a volar, viendo a mujeres en sus quehaceres cotidianos, niños jugando, los hombres en los hortales, animales en el campo…, y eso gracias a tus narraciones que nos regalas de tus viajes, así que sigue deleitándolos con tus vivencias por esos mundos de Dios.

    Te agradezco en nombre propio,y así se lo haré llegar a su familia, tu recuerdo de Matilde.

    Un abrazo.Miguel Mesa

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    1. Diciembre se despidió con pérdidas que te llenan de nostalgia. No me perdono el no haber conocido a Matilde, tanto me hablabas de ella que casi la conocía, solo necesitaba ponerle rostro a esa imagen que tú me mostrabas de una persona amable que te abrió la puerta de sus recuerdos y que tú me transmitiste con tanta precisión. Me duele haber llegado tarde aunque intente imaginarla mientras paseo por su aldea. Son esos precisos instantes los que quisiera compartir con ella aunque en distintos tiempos, en diferentes épocas. Yo llego cuando todo se desmorona, ella estaba cuando todo era explosión de vida, de compañía, de penurias pero también de alegrías. Queda reflejado lo que tu escribiste dictado por ella, escuchándola con atención, por eso te envidio.
      Y no eres para nada parco en palabras. Si alguien sabe expresar con entusiasmo los momentos que vive, ese eres tú.
      Ahora que ya sabes también de pastoreo, que te has equilibrado con el campo desde su interior, que sabes lo que es pasar duras jornadas de trabajo pero también de ilusión, ahora tienes mucho más que mostrar que yo, la experiencia y el ensueño van contigo de la mano.
      Gracias por todo. Un abrazo.

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  4. Te sigo desde hace tiempo y me gusta el blog pero me pregunto el porque de la tristeza de las introducciones y como despues se va disipando con las fotografías. Gracias.

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    1. Puede que la explicación esté en que mi estado natural sea la melancolía y ese camino que comparto con ella, usando tu palabra, se disipa con cada paso que doy. Cada uno tenemos una forma para evadirnos, como digo al principio, el mío son estos senderos que me ayudan a recuperarme, es como una terapia que me autoimpongo, la mejor manera para sanar, eso sí, si se piensa que la melancolía sea una enfermedad. En mi caso es inherente a mi persona desde que tengo uso de razón, la llevo bien. Pero a veces pesa, como una carga que te impide ser feliz. Y entre todo lo que nos ofrece este mundo, opino que la felicidad sería el primer objetivo. Y yo lo encuentro caminando.
      Puede parecer que estas dos últimas entradas que he hecho, que por cierto las fuí elaborando a la vez, sean demasiado tristes, y sí que lo son, pero también se liberan las penas cuando se cuentan.
      Muchas gracias por dejar tu comentario.

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  5. Mis padres abuelos paternos y maternos son del prado Juan Ruiz yo pasé allí varios verano y todavía voy cada año a recordar mi infancia

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  6. Llevo tiempo rondando ese camino, me echa para atrás la distancia y la incertidumbre del firme de la pista pero, con estas fotografías y descripción se han despejado las dudas. Gracias... ya contaré

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    1. Un camino nunca nos debe echar para atrás, aunque he de confesar que me ha ocurrido con frecuencia por el hecho de ir sola, pero siempre encuentro una "fórmula magistral" que no falla. Por ejemplo, cuando quise visitar la aldea perdida del Escorial en Alcaraz, no tuve más remedio que hacerlo en dos días, mereció la pena por supuesto, y eso sin contar que antes, en otra ocasión había desistido, no siempre están las fuerzas de nuestro lado.
      En este paraje de Los Huecos hay infinidad de caminos, infinidad de posibilidades, la pista que hicieron para unir Jaén con Albacete te permite viajar con vehículo, no turismo, hasta el inicio de algunas de ellas. La he recorrido caminando en varias jornadas pero una tiene esa "espinita clavá" de no haber hecho el camino tradicional de los arrieros, pues hay muchos tramos perdidos, pero que confío en que el tiempo curará esas heridas que transitoriamente nos niegan la posibilidad de caminar, no quisiera morirme sin hacer este recorrido, sigo pensando que los sueños se hacen realidad. Muchas gracias por su comentario y hagan el camino y disfruten de estos parajes, son increíbles, un saludo.

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