domingo, 7 de junio de 2020

EL BOSQUE INTERIOR. UNA RUTA MÁS POR EL MONTE HIJEDO. ALFOZ DE SANTA GADEA. BURGOS.


Regreso a Las Merindades, con el libro de Mariano Cano, y con la ilusión de que quizás, tras un extenso paréntesis, puede que alguna vez, lejana, haga tangible el deseo de regresar a recorrer las mismas sendas, otras que dejé pendientes o simplemente dejarme llevar por los caminos que sin señalizar me propongan seguirlos.




Fue el último día que estuve en Las Merindades.
Conocía el Monte Hijedo desde Valderredible, allá en Cantabria.



No era un día propicio para hacer esta ruta, pero pensé que dentro del bosque hallaría la sombra, amiga confidente, que necesitaba. Y así fue.



Y dejé pendiente, como tan acostumbrada estoy, el nombre sin interpretar de cada elevación a la que nunca ascendería.



"Al mediodía del alfoz se encuentra uno de los más extensos y virginales bosques atlánticos caducifolios peninsulares...




Varias rutas de senderismo se internan por el bosque, alguna de las cuales parte de la Cabaña de Hijedo.




Serás tú, inmensa haya, la que me prestará su sombra para descansar del primer trayecto.



En tu cobijo leeré:
"Se trata de un bosque autóctono mixto que crece sobre un subsuelo de arenisca y arcilla, en el que predomina el roble albar y el melojo, creciendo también otras especies como hayas, arces, alisos, avellanos, abedules, serbales y majestuosos tejos milenarios...




Este recoleto palacete de principios del siglo XX fue construido por un vecino de Santa Gadea, don Manuel Fernández Navamuel, con la intención de que le sirviera para conseguir el Marquesado de Hijedo, solicitando el correspondiente permiso al ayuntamiento para construirlo en terreno comunal, autorización que le fue concedida, no existiendo constancia de que le fuera otorgado el título nobiliario.



Destaca el edificio principal, destinado a vivienda, con un par de torres en las esquinas y una modesta capilla en uno de sus extremos"
Mariano Cano.




Hacemos trato, 7,5 km de bosque.



Es en agosto cuando se celebra una tradicional fiesta que reune a gentes de los alrededores, celebran misa, comida, carreras de cintas a caballo y baile.




Creo que fue a partir de aquí cuando al ir introduciéndome en el bosque lo anterior iba pasando a segundo plano, lo exterior iba perdiendo forma, me esperaba el bosque interior.



Tomaba diversas formas, aquí era un acebo.



Aquí las hojas y semillas del haya componían un cuadro velado.



El tronco calibraba los recuerdos, la rectitud de un padre.



Entre avellanos una figura mordaz se erigió entre las hojas, parecióme que le faltase la cabeza.
Los bosques a contraluz infunden en la imaginación más tintes de ficción que de realidad.



No sé en qué momento aparecieron los tejos, ellos sí que se deslizaban entre las hojas, oía, tenue, pero oía el crepitar pausado , quizás de siglos, mi tiempo no era el suyo, pero sentía que entre la hojarasca iban desplazándose para levantarse y caminar tras de mí.



Ellos que nacen de la roca, de los nidos enzarzados en tierra donde los animales devuelven a la naturaleza lo que han engullido.



Creo que iba mirando hacia atrás, con el sentido de la orientación turbado por el sonido sordo e inquietante del tejo que me seguía, cuando me topé contigo, con tu mirada...porque me mirabas, ¿no es cierto?



Intenté dejar a un lado ese vanal miedo que nos precipita el silencio cuando reparé que érais muchos los tejos que habitábais el bosque.



Pero eras tú, de nuevo, haya, la que me pareció que ganases la partida.



Dejo los carteles en el lugar que ocupan, por si tenéis que salir a buscarme, las referencias nos salvan. 



Cuando echaba de menos el agua, llegó el puente.



Y me acomodé en tu lecho, manso y remanso.



Y me encontré, más tarde, con un serbal.



Y de nuevo con un haya, en realidad cientos de ellos devenían por el camino. Pero tu lanzabas abrazos al aire.



Cuántas veces habré solicitado saber lo que me restaba del camino y sin embargo aquí me daba todo igual. Había entrado en el bosque interior como una caminante rendida ante el poder del bosque y ya iba notando ese peso que tanto abruma cuando el hayedo se va filtrando en las grietas que resquebrajan nuestro aplomo.



Llegó pronto la "decepción", discúlpenme pero me intimidan los espacios abiertos. 



Atrás quedaba la frondosidad del monte Hijedo y comencé a sentir pena, la ignorancia iba tomando el testigo, pensaba que el sol me privaría de nuevos momentos.



Creo que te nombran por Peña Rota, creo.




No acierto a explicar el porqué pensé que la libertad se escapaba con ellos.



Hasta que te cruzaste en mi camino, abriste los párpados para hacerme ver.



Y me diste a elegir, ¿quieres ser serbal o acebo?



¿Senda?



¿Qué clase de hoja?



¿Sombra o luz?



¿Irte o quedarte?



"Siempre aspiré a que mis palabras, las que llevo al papel, continuasen llorando, de pena, de felicidad, de desesperanza, al fin, todo es lo mismo,  porque yo las había llorado antes; antes de que desembocasen en el papel blanquísimo, en el papel deshabitado"
José Hierro.




Y así ocurrió que me dejé quedar.




Dejándome integrar por un tejo como no había visto otro igual.




Y mientras me esparcía como la hojarasca, oí al fondo, muy al fondo, ruidos de estremecimiento, no los que inducen un jabalí o un corzo, no, sin duda el animal era mucho más grande.
Y me quedé inmóvil a la espera de una respuesta que nunca llegó.



Y ya devuelta a la quietud.



Se obró una suma más a los siglos pasados.



A miles de alientos que quedaron petrificados cuando los instantes nos conmovían.



Porque...



si alguna vez quisimos ser tejos, ser como ellos...



no andaríamos renunciando a las distintas oportunidades-caminos que se nos presentaran.




No sé si el tiempo trascurrió o quedó detenido. 
"Converso con el hombre que siempre va conmigo"
Antonio Machado.




El bosque interior descargó de repente su peso y el día, que andaba detrás de todo, me ofreció una visita al mirador.




Y allí quedaron dormidos los tejos.




Y seguidamente vi robles.



Y la mirada se devolvió al monte Hijedo.




Y el camino me invitó a seguirlo.



Y allí seguía aparentemente inmutable la Cabaña de Hijedo.



Y digo aparentemente porque acompañando a la vivienda, la granja, la ermita y el tejo centenario, un rebaño de cabras se solazaban con las últimas horas de sol.



Y no podía faltar un mastín, fiel defensor de los rebaños, amigo en tantos caminos.



"Distancia total:11,7 km."
Una ruta imprescindible para conocer el monte Hijedo.


Octubre 2018.

Para llevar siempre en la mochila:
"Rutas para descubrir. Las Merindades de Burgos" de Mariano Cano Gordo.



4 comentarios:

  1. Ese continuará me ha gustado mucho, bonita entrada de tu querido Burgos qué foto más bonita de los árboles a mí me encanta todo esto de la naturaleza,ya me hubiera gustado a mí Rosa haber hecho las rutas que llevas hechas y disfrutarlas, pero bueno ya te tenemos a ti que nos vas descubriendo todos los rincones un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sé si soy yo quien no quiere acabar las rutas o son ellas las que se niegan a ser completadas, lo cierto es que aún tras poner las fotografías correspondientes queda lo más importante, darle voz a las imágenes, mañana será otro día. Muchas gracias amiga mía, un abrazo

      Eliminar
  2. Una ruta más por las Merindades, cuyos bosques, repletos de los árboles más variados, robles, acebos, hayas..., nos acompañan a través del camino que nos propones desde esta entrada repleta de sensaciones. Aspiramos el aire puro con la misma pasión con la que narras la belleza del lugar, y a veces, con la misma melancolía. Tus fotografías ilustran este reportaje lírico sobre Monte Hijedo y nos trasladan a él. Nuestra imaginación vuela y allí nos encontramos, siguiendo las directrices que nos marcas a través de tus palabras. ¡¡Un abrazo y enhorabuena!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Juan. Los bosques siempre nos sobrevivirán, nos verán pasar, algo de ellos deberíamos aprender, un abrazo.

      Eliminar