Hoy debo comenzar con flores. Podría haberlo hecho con lilas, con jazmines, con rosas, con claveles, con azucenas...pero son los lirios los protagonistas de esta historia.
Sin decidirlo, sin pensarlo, muchas veces algo nos induce a relacionarlo con otra cosa. Como acabo inclinándome por la casualidad, esa mañana sabía que algo trastocaría mis planes.
La mañana era gris, nubosa, ideal para viajar. Mi compañero no iba a ser el bastón sino el paraguas, últimamente le gusta salir cada vez más en las fotografías, lo cierto es que resulta fotogénico.
Desde mi puerta los lirios blancos acaparaban todo el horizonte, solo dejaban resquicios para los montes albaceteños. De nuevo tocaba elegir. Hoy iría a Bienservida o a Villaverde del Guadalimar.
Pero justo en el último momento, en el cruce donde debo posicionarme, me decidí por Riopar.
Eran los lirios los que sin quererlo seguían conmigo, en mi cabeza. ¿Habrían abierto ya los lirios del cementerio de Riopar el Viejo? Son los más tardíos, como las nogueras, aquí ya han perdido las inflorescencias, allí comienzan a echar las primeras hojas.
En algo más de una hora ya estoy en mi querido Riopar el Viejo.
Ambos mantenemos desde hace bastantes años una estrecha relación.
Me doy cuenta, como siempre tarde, que mis visitas en noviembre no me llenan, que parecen más un cumplido que un vínculo imperecedero.
Acaba el mes de abril y nunca lo había contemplado vestido de primavera.
Este otoño pasado me fui triste, era la primera vez que estaba mustio, sin ese verdor que siempre vierte debido a su elevada altitud. Hasta el frío calaba con menor intensidad los huesos.
Reparé como de costumbre en la iglesia del Espíritu Santo y que en el espacio que ocupara el viejo "olmo de los enamorados", ahora un renovado ejemplar iba madurando.
Siempre enfilo la misma tortuosa senda, la que lleva al cementerio viejo.
La que parece dar un salto y en caída libre posarse sobre la cumbre del Padroncillo.
Poco a poco Riopar el Viejo se reconstruye. Abajo las casas han crecido hasta los aleros.
La puerta del cementerio es ahora nueva, idéntica a la anterior.
La fortaleza árabe seguirá siendo por siempre una bella ruina.
Un mirador desde donde ser aprendiz de cumbres.
"Aquel momento que flota
nos toca con su misterio.
Tendremos siempre el presente
roto por aquel momento.
Toca la vida sus palmas
y tañe sus instrumentos.
Acaso encienda su música
sólo para que olvidemos.
Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron.
Y las hay que llenan todo
nuestro universo.
Y no es posible librarse
de su recuerdo"
José Hierro.
Son esas cosas, llámense lirios, que ahora asaltan la torre del homenaje en lenta avanzadilla.
Riopar el Viejo cuenta con dos cementerios.
Y una fuente que jamás se agota.
Y una flor entre sus huestes.
Quiero mostrarte lirios y los encuentro, escondidos tras los muros, pero tú ya los has visto antes que yo.
Cada vez encuentro más motivos para quedarme aquí.
La pausa, a nuestro alcance, que transmite la contemplación de las montañas.
Me nombras lo que veo: Riopar al fondo y los Picos del Oso.
El Agetar (1.459 m) parece pequeño junto al Padroncillo, entre ambos una pista serpentea, también escapa, como todo lo que que perdemos.
Será la que tomemos dentro de unos minutos.
Sigues explicándome:
A la izquierda, El Padroncillo (1.586 m), luego el Collado de Villaverde (1.216 m) y la Peña Cambrón (1.551 m) asomándose como a escondidas en el centro...
Dejamos por una horas el pueblo, no por mucho tiempo, volveré para cuando los lirios abran.
Volveré para abrazarnos en la ebriedad de su perfume.
Ahora nos situamos frente a Riopar el Viejo.
Al otro lado de la carretera que lleva a Riopar, se encuentra el desvío a La Dehesa.
El río de la Vega riega estos valles donde crecen alamedas y frutales.
Riopar el Viejo se deshace en montaña. Sus piedras se funden y así emula a las demás.
Mientras, tu te meces como una golondrina embajadora de nuevos caminos.
Se me llena la boca con la palabra VERDE.
A borbotones la fuente de la aldea nos recibe.
Con lo que me impresiona que cada lugar tenga un nombre asignado. Que sea un punto referencial en un mapa pletórico de accidentes orográficos.
Y al hacer recuento de árboles, ya tenemos los cuadernos repletos, en mayoría los álamos, seguidos de las encinas. Dibujados en el horizonte de su campo, frutales, entre ellos, manzanos, perales, cerezos, nísperos, nogales, higueras...
Cuenta La Dehesa con una casa rural...
Y cuenta también con una cascada.
Y en esta misma mañana podrás comparar lo que aún se mantiene en pie, cuidado, y lo que vegeta en la soledad de campos en la solana.
Verás que si las piedras se desmoronan, no ocurre así con las plantas que cada primavera brindan su parte de hospitalidad.
Sin embargo los números, y fíjate en el detalle, nunca se desvanecen en el olvido.
Creo oir que solloza tu recuerdo mientras se abre a los cuartos vacíos.
Pero acostumbrémonos a apartar las penas. Veremos ovejas, cabras, caballos, vacas...pastando por terrenos saciados de agua.
Llegamos al Cortijo del Buho, punto de inicio de la ruta R-4.
Hagamos una aclaración, por si alguien tiene interés en dejarse llevar por este paisaje cautivador. Desde esta tranquila población parte el sendero: Cortijo del Buho- Miraflores- Villaverde del Guadalimar.
Es de dificultad media. Lineal. Y de una duración aproximada de tres horas y media.
Invito a mi boca a pronunciar la palabra BLANCO.
El azar recorre cada rincón.
Mira al lavadero.
Multiplica las gotas.
El 1 de noviembre esta fuente no manaba.
A ti que tanto te gustaba lavar a mano y que disfrutabas haciendo jabón casero.
Estoy segura que esta imagen te reconduce a otras.
Segura estoy que estos son los lugares por donde paseas a diario, donde estableces ese diálogo con los trazos envolventes del campo que tanto amabas.
Interpela a tu pasado, lo cita en este preciso momento para que quedéis a solas.
"Los álamos de plata
se inclinan sobre el agua,
ellos todo lo saben, pero nunca hablarán..."
García Lorca.
Reemprendamos juntas el camino que nunca hicimos, aquel que hubiésemos querido hacer.
El que exhorta a mirar hacia atrás para recrear otro tipo de vida que ya no volverá.
Mira bien ese camino que corre a juntarse con el arroyo de la Cebea. Los cortijos que ves en ruinas son los que llevan igual nombre o acaso lo imagino así. Pero sí que intuyo que una vez traspasada la pendiente, al otro lado debe estar el cerro de la Sepultura y desde allí podremos acercarnos al cortijo de la Casica, recordarás que en ese lugar transcurren las últimas horas del Pernales.
Aunque desde Miraflores también, con menor dificultad, llegaremos a la Casica.
Existen un gran número de cortijos abocados al destierro.
"...Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros"
Miguel Hernández.
Continuando la vereda, a la derecha entre bancales, vemos enormes encinas, y a la izquierda se adivinan aún los surcos permanentes que dejan los canales de riego cuando, durante tantos años, han ofrecido su servicio.
De este cortijo sin nombre comienza por llamarme la atención esta ventana con asiento.
Los muros de contención, las higueras, las parras...
El horno exento y el resto de dependencias, hoy retazos de antaño. Tú sí que sabías cómo eran las noches tejidas de cientos de sonidos reconocibles, de tenderte en el prado, de lavar en el arroyo, de amasar pan, de recoger leña...
Sabías de ventanas que se desencajaban, de tormentas que se crecían con vuestro miedo.
Un mirador hecho a conciencia para la larga espera, de las tardes acaecidas bajo la sombra de nogueras.
Recomponer el pasado está al alcance de muy pocos.
Entre todo lo semejante, está lo que solo es único para tus ojos.
Llámense azucenas, lirios, celindos o vincas...Es porque tú los cuidas, nunca has dejado de hacerlo.
La primavera correcta benefactora de cada rincón que enmudece las laboriosas tardes, hoy tardes que se confunden de mañanas. Y noches, alargadas noches privadas de sueño.
No he de negar que cada cosa en su sitio permanece.
Acechando a la espera.
Inventemos vidas imaginarias que habiten de nuevo las ocasionales estancias que el tiempo permita.
Recreemos paisajes de antes con lo que ahora queda.
Por si algún día vuelven, que vean su arroyo correr.
Que huelan de nuevo la menta...
Y que con el prodigio de restablecer la vista...Se queden.
"Voz que soledad sonando
por todo el ámbito asola,
de tan triste, de tan sola,
todo lo que va tocando.
Así es mi voz cuando digo
- de tan solo, de tan triste -
mi lamento, que persiste
bajo el cielo y bajo el trigo.
- ¿Qué es eso que va volando?
- Sólo soledad sonando"
Ángel González.
Cuando creemos que estamos eternizando el tiempo no consumido, regresamos a ese camino del que nos habíamos apartado.
Por si aún no lo había escrito, vamos por el Camino de los resineros, aquel que unía Riopar con Villaverde del Guadalimar. Porque entre otros oficios, el de extraer la resina a los pinos, era un buen aporte para la economía familiar.
Oficio que no está extinto, por suerte. Como no lo está la imaginación.
Entre los pinos se deja ver la inquietante silueta del Almenara.
Llegamos a la pequeña aldea de Miraflores.
Al igual que la primavera fluye...
Los caminos nos resultan inagotables.
Hacemos un alto para descender por una senda a la izquierda de nuestro camino, acabamos, tras contar enormes encinas, en una zona de descanso, una mesa, unos sencillos bancos y el agua, el agua que tanto te gusta sentir repiquetear, escuchas los jilgueros como al unísono se unen a la melodía.
Cada momento que pasas veo que tomas formas distintas, es imposible que ahora no seas agua.
Alabas la sencilla estructura de esta fuente.
Me otorgas con tu apariencia la palabra CONFIANZA.
Recoge tus sueños y los míos, que hemos de continuar.
Miramos hacia atrás en esa búsqueda del hogar que nos acoja.
El camino se estrecha.
Redactamos palabras para alejar el final:
Componer.
Ahuyentar.
Recrear.
Soñar.
Memorizar...
Desandar, retroceder, reencontrar.
Acabamos de llegar a los cortijos de Antón Martinez.
"Madre: no quieras que me lleven de las costas, abre las ventanas en la noche, de la luna. Mira: "Vienen por allí los claros del río!..Diles que me dejen aquí, al pie de este hilo, encima de estas sombras de higueras, de sol, tranquilas, concurridas de canónigos a la viuda, panzudos de arrope, con los cuales se confiesan abejas, rumorosas, largamente..."
Miguel Hernández.
Llegamos a la conclusión de que los números nos quieren decir algo.
Mientras pienso en ello, en un abrir y cerrar de ojos te has desvanecido.
Y fui que llevándome por la herida que infringe el camino, la que en noches a oscuras te hace
tiritar de frío, con la escarcha macilenta de las mañanas que te mantiene dormida...
La que me inclina a preguntar quién puede devolverme tu vida....
Cuando morimos, imagino que en algún instante fugaz se nos brinde la oportunidad de elegir continuar aquí pero de otra forma.
Imagino que al igual que el agua escapa y vuelve a surgir más adelante, aquellas personas que no tuvieron suerte en su vida, adoptan una nueva identidad con lo aprendido como referencia, con lo anhelado por realizar.
Miro que aparentemente todo muere, el horno yace medio hundido.
Continuo ascendiendo por el Camino viejo de los resineros.
Hago una parada para contemplar el valle del río de la Vega, Riopar, los Picos del Oso, la cuerda de las Almenaras...
Pero no puedo seguir. Si de un solo viaje hiciéramos el trayecto qué quedaría para después, además, es más importante lo que dejo que lo que voy a encontrar.
No entenderé jamás el porqué cuando la melancolía intenta ahogarme siempre aparece en mi camino una fuente.
Y allí que me siento para escuchar, para establecer mi lugar porque no somos de donde nacemos sino de donde nos queremos quedar.
Me detengo a limpiar el cauce obstruido de este manantial, me detengo porque en otra ocasión intentaré hacer este camino pero desde el otro lado, desde Villaverde del Guadalimar.
De nuevo abajo doy un sencillo paso, un atrevimiento, una orden del alma. Lo que duele no puede doblar la madera, no puede quebrarla, no puede hundirse en el regato de un arroyo.
Lo que duele se queda, no se arranca, va contigo siempre, a tus espaldas.
"El viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración...El objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje"
Saramago.
¿Cuántas veces hemos ido a rebuscar nueces escondidas entre cáscaras abiertas y miles de hojas?
Nadie nunca podrá devolvernos esos instantes.
Hay asuntos del corazón que nunca superamos, reglados por leyes de la naturaleza, sin orden ni concierto las aceptamos.
Experiencias que están ahí para atravesarnos como cuchillos que nos alcanzan al descubierto.
Sé de melancolías que se tuercen al final del camino intentando variar su trazado, que deciden que nunca nos abandonarán.
¿Qué es lo que me queda de tí, aparte de los recuerdos?
Aprendamos nuevas lecciones, mantengamos la memoria fresca, habituémonos a mantenernos en el presente, pero alimentando cada día la esperanza. Puede que nos dejemos vencer por la desgana, que las batallas se nos hagan insufribles, que la pena nos agote, que pueda más la dejadez que la ilusión. Puede que llegue el día que no nos reconozcamos porque a lo largo de este camino hemos ido dejando trozitos de nuestra vida olvidados por cada lugar que nos ha llenado.
A la sombra de un cerezo establezco ahora mi descanso, mi lugar en el mundo, solo queda esperar que en esta larga caminata te pronuncies y pueda volver a oir tu voz.
Abril 2018.
Comencé a escribir esta entrada el domingo pasado, en el "Día de la madre", pero no tuve más remedio que dejarla anclada, varada como tantas otras. Hoy la retomo porque al fin y al cabo todos los días se los dedico a ella que ya no está. La echo mucho de menos, se nos quedó tantos asuntos pendientes, tantas conversaciones, tantos abrazos y besos sin dar...No puedo pasar por alto que en cada viaje que hago por lugares con cortijos abandonados, su memoria se hace más fuerte, sus recuerdos de los años pasados en el campo siempre permanecerán vivos como los lirios que año tras año florecen.
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