jueves, 2 de julio de 2020

POR EL VALLE DEL ROJO (VALLE DE MANZANEDO). BURGOS.


Dos concesiones me llevaron, un año después de mi primera visita a San Martín, a regresar al valle del Rojo. La primera fue que alguien me preguntó por Quintana y la segunda, la ermita de San Tirso y ese valor que le damos, porque lo merece, a aquello que fue fundamental para los que ya no están.
Este relato de un viaje no ha podido seguir el curso de la anterior entrada, inacabada, del valle de Manzanedo, no era posible, pedía su propia identidad.
Profundizar en los despoblados de esta provincia solo es posible a través de "Los pueblos del silencio" de Elías Rubio. Es como descifrar los últimos trazos de tiza en las pizarras de aquellas escuelas que eran hervideros de niños, huérfanos del saber y de "pan bajo el brazo". Hoy sigo, entre otras, sus palabras para regresar al valle del Rojo.




Llego a San Martín del Rojo.




Su fuente la encontraré al inicio en una hondonada a la izquierda.




Todo en San Martín ha quedado entrecortado, salvo su iglesia.
"Al igual que en todo el Valle, en San Martín y Quintana también había apicultores. En este caso había bastantes personas con pies de colmenas..."
www.cidaddebro.com




Leamos:
"En el norte de Manzanedo se conforma un paraje singular conocido como "El Rojo"; un paisaje caracterizado por un relieve de pequeñas panameras y estrechos valles surcados por arroyos que descienden  hasta el cercano Ebro. Casi totalmente arruinado, está el pequeño pueblo de San Martín, vigilado desde lo alto por el modesto templo de La Asunción. En el siglo XIV, el cercano monasterio de Rioseco tenía varias propiedades en este lugar que, a mediados de dicho siglo, era de behetría de Pedro Fernández de Velasco.




En lo alto de una escalinata, una elegante espadaña barroca oculta un sencillo y austero templo románico de finales del siglo XII. Su cabecera conserva la estructura original en la que un tramo recto precede a un ábside semicircular. 




Hacia el exterior, los contrafuertes, una ventana, una cornisa decorada con puntas de diamante y varios canecillos, algunos figurados, rompen la monotonía del ábside.




En el pórtico se reutilizan columnas y capiteles de la arruinada iglesia del cercano pueblo de Fuente Humorera, decorados con curiosas escenas que parecen representar a unos músicos junto a una bailarina en uno de ellos, y lo que podría ser un domador con su caballo en el otro.



A Manolo, quien durante muchos años fue el único habitante de este pueblo, se le humedecían los ojos de orgullo cuando enseñaba a los visitantes ocasionales "los muñecos" tallados en esta portada. Diferentes personajes atados con una cadena se sitúan longitudinalmente ocupando la arquivolta, en cuyos extremos aparecen dos personajes demoníacos..."



Y ahora volvamos a "Los pueblos del silencio":
"El día de Todos los Santos era tradicional ofrecer panecillos a los difuntos. Para ello, en la parte del suelo de la iglesia correspondiente a cada vecino, se extendía un mantelito, simbolizando una sepultura, en el que se depositaban los panes. El cuadro se completaba con el reclinatorio particular de cada vecino y con el correspondiente hachero con sus velas. Más tarde el cura repartía los panecillos entre los niños"
Elías Rubio.




Remontándome a Madoz, leo que ambos núcleos eran un solo pueblo con dos barrios, digamos que San Martín sería el de arriba y Quintana, el de abajo.
"Aldea en la provincia, diócesis, aud. terr. y ciudad general de Burgos (13 leg.), partido judicial de Villarcayo (?) y ayuntamiento de Manzanedo. Esta aldea se compone de dos barrios denominados el uno San Martín y el otro Quintana del Rojo, los cuales se hallan situados el primero en un alto al S. y en un hondo al N. el último. Su Clima es templado y bastante sano, reinando sin distinción todos los vientos. Tiene 30 casas, una escuela de primeras letras frecuentada por 16 alumnos de ambos sexos, cuyo maestro no disfruta mas dotación que la retribución convenida con los padres de aquellos; 2 fuentes de buenas aguas de las que se surten los vecinos para beber y demás usos; una iglesia parr. matriz (La Asunción) en el barrio de San Martín y una ermita en el término con la advocación de San Tirso; dicha iglesia tiene anejos á Quintana y Humorera, sirviendo el de ella un cura párroco de provisión ordinaria y un sacristán. Confina el Término: N. Escaño y Tubilla; E. Villalain y Rioseco; S. Argés y Manzanedo, y O. Mudoval y Villasopliz"




Haciendo honor a su nombre, no olvidemos que estamos en el valle de Manzanedo, no podrían faltar estos frutales, en la última vivienda justo donde cojo el camino en busca de Quintana.




Anoto, por si alguna vez regreso, que antes de tomar este camino sale otro a la izquierda, en el mismo pueblo, que me llevaría hasta Argés, se trataría del Camino de Manzanedo a San Martín del Rojo.




Las vallas continúan, lo harán en todo el recorrido. Un portillo abierto, estoy en Quintana.




No me detendré más de unos minutos, sé que si lo hago nunca llegaré a San Tirso.




Sigo sin saber explicar a qué huele la flor del saúco, árbol que adora los despoblados, lo mismo me ocurre cuando me preguntan por esa sensación que se te adhiere cuando paseas por ellos, aún no sé explicarlo, a pesar de los años transcurridos.




Y sin embargo me voy alejando con pena, como si algo fuese a desaparecer en ese intervalo de tiempo no establecido que tardaré en la búsqueda de San Tirso. Ni tan siquiera sé si sabré llegar, simplemente me dejo invalidar por el paisanaje.




Robles, encinas, helechos...
Las Antanillas, Las Mesas, Vallejo de la Hoz...todos estos nombres pertenecen, creo, a la Sierra del Rojo, o comparten espacios.




Al fondo, el parque eólico El Canto.




Cuando por fin llego y la emoción disipa la duda, pienso que quizás la puerta sea infranqueable pero la suerte a veces está de nuestro lado.
"Santotis da nombre a una ermita documentada en 1709 en el término parroquial de Quintana del Rojo, en la ladera de la Sierra del Rojo, en un vallejo al Norte del término. Se corresponde con la actual ermita ruinosa de San Tirso datada arqueológicamente en la Edad Moderna.
San Tirso daba nombre, también, a la dehesa que tenían en común los pueblos de Quintana del Rojo y San Martín del Rojo para el aprovechamiento de leñas y grana a mediados del siglo XVIII"
"El valle de Manzanedo. El valle de Mena" de María del Carmen Arribas Magro.




"La fiesta mayor de los dos barrios celebraba a San Tirso, bajo cuya advocación había una ermita en plena sierra.




En un principio se guardaba el 28 de enero, pero quizás por la dureza de los días de este mes fue trasladada a septiembre.




Los vecinos de El Rojo y Quintana se reunían en la iglesia del primero y de allí partían, cantando y en procesión, hasta dicha ermita, en donde junto con llegados de los pueblos del contorno, asistían a misa y ofrecían exvotos al santo como agradecimiento a alguna enfermedad curada. Terminada la misa, todos se trasladaban de nuevo a San Martín donde tenían lugar los bailes al son de la gaita y el tamboril.."
Elías Rubio.




Leo en una interesante página: Fuente Humorera, esa suerte desencadenante de desatinos que como una rueda, que no se detiene al girar, conlleva la pérdida del patrimonio, la disparidad de desacuerdos, las fronteras impuestas que nos cierran el paso.
Queden estas imágenes para el recuerdo.




Ahora recuerdo, ¡qué caprichosos son los recuerdos!, parece que la fuente siempre está agotada y sin embargo algunas veces brota. Y es que seguí hacia adelante, Mundóval estaba más allá, también presa del abandono y sin embargo me di la vuelta. Pero esta vez no fue la ignorancia como aquella vez en San Martín, no, fue el calor que acaba agostando los caminos que me dirigen.




Y ya en Quintana.



Y esta vez con la necesidad de quedarme ya sin límite de tiempo. Quintana y yo a solas, nadie surgirá tras una ventana. Nadie entablará conversación con la caminante.




La humedad sugirió que allí la fuente seguía su recorrido innatural.




"A partir de finales del siglo pasado nos encontramos con que los diferentes censos manejados tratan a los dos barrios por separado. En el llevado a cabo por M. Velasco (Indicador General..., 1894) Quintana del Rojo aparece como un lugar de treinta y seis habitantes y doce edificios habitables, mientras que San Martín lo hace con ochenta y tres y veintiocho respectivamente...




Pese a tener un terreno en común, cada uno de los dos barrio-pueblo tenía su propio alcalde pedáneo, aunque los dos se regían por un Concejo Mayor que estaba en El Rojo. 




En cuanto a servicios comunales cabe decir que dependían de fuera para casi todo. 




Para moler el grano los vecinos tenían que desplazarse al molino de Bocarrero, en el río Ebro, o cuando este era inutilizado por las riadas, a otro de represas que había en el arroyo de Fuente- Humorera propiedad de un particular.




Para los trabajos de fragua bien se desplazaban a Soncillo o bien al convento de Rioseco, a cuya entrada había una oficina de este tenor que durante algún tiempo benefició Pío Villaueva.




Para adquirir vino y comestibles subía con un macho el tabernero de Manzanedo, quien, a la vez, repartía la correspondencia no solo a los dos barrios en cuestión, sino también a Mudóval, Villasopliz y Fuente-Humorera.




A Manzanedo también tenían que ir los de El Rojo y Quintana cuando precisaban de asistencia médica.




Pero, con todo, el mayor problema de los vecinos de este lugar era la falta de agua. Este problema llevó a alguno de ellos a instalar aljibes en los portales con el fin de recoger el agua de la lluvia"
Elías Rubio.




Tras la simbiosis perfecta entre edificios y naturaleza cuesta desenterrar el uso de cada muro.




Di vueltas y más vueltas por Quintana como hace años por Ainielle, buscaba el regreso de los nombres y tras ellos, las personas que los habitaron.




"...El terreno es secano y de segunda calidad pasa por él un insignificante arroyo que nace de la fuente de Quintana y va á desaguar al Ebro. Hay un monte titulado de la Mala de San Martín, poblado de encinas y la dehesa llamada la Sierra del Canto de 1/2 leg de extensión al N. del pueblo. Caminos: todos son de ruedas y conducen á los pueblos limítrofes, Correos: la correspondencia se recibe de Villarcayo por los mismos particulares, PROD: trigo, cebada y legumbres; ganado lanar, vacuno, cabrío, mular y de cerda, y caza de perdices y liebres. 
IND.: La agrícola. POBL.: 30 vecinos, 160 almas. Cap. Prod.: 83,000 reales. Imp.: 8,300"
Madoz.




Me dio por pensar, quizás imaginar, que Quintana era más extensa que San Martín. Y es que puede que los valles se multipliquen en todas sus formas.




Y por entonces yo leía, o quizás sea ahora cuando lo leo, un relato de Borges, que periódicamente tenía que volver a releer porque algo olvidaba e iba tras él. Porque quizás es eso lo que nos atrapa de un escritor o de un despoblado, el que una y otra vez regresemos a su lectura para revisionarlo de nuevo, porque una y otra vez algo dejamos escapar. El relato en cuestión se titula: "La forma de la espada" y en él, el héroe y el traidor, quedaban confundidos en la narración, porque solo si miramos bien la marca veremos quien fue el culpable. 
Y esto viene a cuento porque las ventanas son esas marcas detectables de las heridas de una casa, las ventanas. Por eso siempre miro hacia ellas por si algo han de decirme, por si algo se dejara escuchar.
Es al fin y al cabo un testimonio más de lo que allí sucedió..."Aquí mi historia se confunde y se pierde..."




Y vi la plaza por un momento con los músicos tocando hojas-partituras de los manzanos, de los nogales...a la sombra imperturbable del olvido.




Y me hundí en la sombra a raudales de la parte infranqueable del pueblo, porque Quintana para mí ya no era un barrio de un pueblo, era un pueblo con dos barrios.




Y los límites se quedaron en un portal, en un aljibe, en una ventana...




Escapé de Quintana a destiempo porque una nunca sabe si está cruzando por la realidad o por la ficción.




Una vez la cuesta fue alcanzada me volví a trasladar a un año antes cuado creí que el mundo acababa en San Martín cuando en realidad empezaba tras Quintana.




"Sumamente alejados de la "civilización", con gran escasez de agua y con expectativas de futuro poco alagüeñas para los más jovenes, a mediados de los cincuenta comenzó el declive de El Rojo. Primeramente las chicas se fueron a servir a las ciudades, a continuación la posibilidad de trabajo en Bilbao se llevó a los mozos, luego todos se llevaron a los padres. La despoblación fue rápida. Tan rápida que en la década de los sesenta en Quintana solo quedaba ya un vecino, el mismo que tuvo la desgracia de que le matara un toro. Arriba, en San Martín, habiendo seguido el mismo proceso de despoblación y venta de la mayor parte de las fincas a un particular (los "Para", de Villarcayo), en los años setenta solo quedaba una familia de pastores. Hay constancia de que en 1986 estos pastores vivían ya solos. En la actualidad, únicamente uno de ellos, Manuel Fernández, resiste numantinamente en las ruinas de El Rojo"
Elías Rubio.


Octubre 2017 y 2018.

Imprescindibles:
-"Los pueblos del silencio" de Elías Rubio.
-"El valle de Manzanedo. El valle de Mena" de María del Carmen Arribas Magro.
-"Ermita de San Tirso. Valle de Manzanedo" página: Arkeohistoria triskel.
-"Pueblos ocupados" página: Fuente Humorera.
-www.cidaddebro.com.




6 comentarios:

  1. Otra entrada de tu querido Burgos,
    Nunca mejor dicho porque me consta lo que te gusta toda esas partes Burgos, Asturias etc.
    Muy bonita entrada, bonitos rincones gracias por compartirlos con nosotros un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias amiga por seguir ahí siguiendo los relatos de estos viajes que un día hice y que ojalá alguna vez pueda retomar, un abrazo.

      Eliminar
  2. En estas tardes de verano, nada más refrescante que abrir este blog y trasladarnos a estos pueblos perdidos y bellos, que recuerdan ausentes la vida que un día les habitó. Con sus construcciones humildes como el templo de la Asunción o la ermita de San Tirso, donde los vecinos festejaban al santo, sus dos barrios, san Martín y Quintana, este pueblo del Valle de Manzanedo nos sumerge en sus propios recuerdos a los que pones voz con esa capacidad tuya de abrazar la poesía en tus narraciones. Las fotos, clarificadoras, como siempre, son como fotogramas que exponen no sólo lo que es hoy el día el pueblo, sino también lo que fue, pues nos hacen imaginarnos el pasado de este precioso lugar. Enhorabuena por seguir mostrándonos estos sitios recónditos y hermosos . Un abrazo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Poco puedo añadir Juan a lo que tan bien expresas. En nuestra tierra hay cortijadas y aldeas abandonadas y la sensación de caminar entre sus ruinas parece como si fuese de menor envergadura. Conmueve mucho ver edificios en precario equilibro, iglesias que se desarman, fuentes cegadas...pero lo que más duele es imaginar, cuando te marchas de estos pueblos, que al volver la vista atrás cuánta tristeza se llevarían con ellos los últimos en dejar su hogar, por eso siempre hago un recorrido inverso, para por lo menos intentar conectar con esa soledad que no es abatida por el silencio. Muchas gracias, un abrazo

      Eliminar
  3. Yo hice ese mismo recorrido hace unos cuantos años llegando hasta Villasopliz. En este pueblo vivían dos familias y en San Martín un abuelo un poco huraño. La iglesia tenía la puerta abierta, supongo que por descuido de este hombre que no cerró. El que más me gustó de todos fue Quintana.

    ResponderEliminar