domingo, 18 de diciembre de 2016

AL ENCUENTRO DE LORILLA. BURGOS.




Esta tarde paseo bajo un frío capaz de congelar hasta el alma. Junto a mí caen las últimas hojas de los álamos en forma de lluvia dispersa.
No sé regresar-le respondo al otoño. No por ahora pero lo intentaré más tarde.
Nos reconocemos no con la suficiente frecuencia en otros niños, sí en los que caminan aún de la mano de su madre para ir a la escuela. En los que aún se detienen a soñar con el cuento que escuchan en la biblioteca. Con los que participan en juegos de antaño, esos que nunca pasarán de moda.
Nosotros aprendimos a observar, a llenar de luces los escondrijos donde de pequeños ocultábamos nuestros tesoros más valiosos. Esas cajas que pedíamos con insistencia a nuestros mayores para encerrar en ellas todo lo que cabía en nuestro limitado mundo.
No viajábamos apenas,  salvo por motivos de salud y corríamos a coger el mejor asiento en el autobús.
Ví el mar demasiado tarde, para entonces ya no me llamó la atención. Sin embargo desde las murallas de mi pueblo veía el Aznaitín y me imaginaba subiendo a su cumbre para comprobar si era cierto que era un volcán. Antonio Machado también se enamoró de esta montaña:
"¡Montes de Cazorla,
 Aznaitín y Mágina! 
¡De luna y de piedra
 también los cachorros 
de Sierra Morena!"
   
Crecí viendo olivos, trabajando en ellos desde pequeña.  Creyendo que más allá otros árboles conformarían bosques distintos.
Fuera sigue el viento arreciando, intenta batirse conmigo,  sabe que saldré a enfrentarme a su furia, todas las tardes camino. A diario busco lo que hay más allá de lo que veía cuando solo era una niña.

Desde Polientes en Cantabria hice bastantes senderos pero dos de ellos me acercaron a Burgos.
Me encuentro con la tesitura de si colocar esta entrada en una o en otra provincia, cuando lo lógico es que lo hiciera en las dos. Creo encontrar una sencilla solución, ésta quedará para Burgos y la siguiente para Cantabria, aunque en ambas en ningún momento me encontrase con indicador alguno de cambio de provincia. Algo de lo que se puede prescindir si solo interesa ver, observar y disfrutar de ese tiempo tan precioso que nos autobrindamos para nosotros solos. El que necesitamos con anhelo y a veces con desesperación.
El sendero PR-S 38 une las localidades de Sobrepeña (Cantabria) con Lorilla (Burgos), se trata de una ruta circular de unos 11 km aproximadamente para recorrer en unas 3 horas, quien pueda, claro.
Me atrajo la idea desde un principio de poder entrar en Burgos caminando prescindiendo de carreteras. De Lorilla se puede encontrar en internet mucha información. No voy a centrarme en ella, que cada uno investigue por su cuenta si quiere saber por dónde va a transitar, si quiere conocer la historia que hay detrás de sus ruinas. Aunque , lo confieso, hice este trayecto sin consultar ninguna fuente. Así no tuve que recuperar el pasado de Lorilla que como supe más tarde fue durísimo, prefiero verlo como está ahora, desnudo de odio, libre de rencor. Perdido sobre un páramo que mira hacia un horizonte  bellísimo.




Aparco en Sobrepeña, a 750 m. de altitud. Cuenta con unos 15 habitantes.




Me encuentro con dos carteles, el de la izquierda es el del GR-99 y conduce a Sobrepenilla.




Un cerezo que va agostando su vitalidad veraniega destaca entre este deslumbrante paisaje.




Conforme asciendo puedo admirar la silueta del pueblo con la iglesia de Santa Juliana destacando en el centro.




Entre robles primero me encuentro con este cartel que me indica que me quedan 2.2 km para llegar al Páramo de la Lora ya en tierras burgalesas, inmensa llanura casi desprovista de vegetación que hace de frontera entre las dos provincias entre las que me muevo.




Entre robles y hayas el camino se hace mágico y evocador. Caminos para hacer despacio porque tardaré un año en transitar por ellos.




El ascenso y parada es la mejor balconada ante los pueblos del valle de Valderredible.




El despliegue de ramas tiene algo de punto de inflexión, ese cambio que se produce en lo cotidiano para los que estamos acostumbrados a ver crecer ramas hacia las alturas.




Me rindo cuando paseo por un hayedo, es la ilusión hecha realidad. Una esperada promesa que por fin se cumple.



A pesar de ser un bosque joven tiene ese encanto propio de los lugares donde no te importaría quedarte para siempre.



Llego hasta el punto más elevado, tras abrir una portilla me encuentro en el Páramo de la Lora, a 1.065 m. de altitud. Lo confieso, no me gusta este paisaje donde domina el color apagado donde antes verdeó el cereal. Pero siempre queda la oportunidad de ir cambiando las miras hacia el valle del Ebro que queda por debajo.



Junto a una gran finca vallada discurre ahora el sendero, dentro pasta el ganado. Al fondo, elevadas montañas perfilan de azul sus encrespadas siluetas.



Restos de trincheras de la Guerra Civil entre el camino y el borde del páramo.



El camino de la derecha será el que coja a la vuelta de ver Lorilla, me conducirá a Montecillo, ya en Cantabria.



Lo primero que te viene a la mente mientras caminas por este triste lugar es cómo va a existir aquí un pueblo, por el frío, el viento, la ausencia de vegetación...Y todo porque el sendero se aleja transitoriamente del borde del páramo y te dejas embargar por la tristeza. Pero esa sensación de pena va disminuyendo cuando ves a lo lejos la silueta de Lorilla, al principio parece un espejismo. Al fondo, creo que son las montañas palentinas las que infunden respeto.



Qué imponente resulta este lugar, esa severidad del terreno, sobrio y fuerte a la vez. Cortante y desafiante.
Qué dificil debió ser la vida aquí.



Siempre hablo de bosques, éstos aparecen rodeando los enclaves o metiéndose en ellos como parte de su fisonomía.
Al principio pensaré en Lorilla como un lugar desnudo de árboles. Qué puede crecer en un pueblo a merced de un clima fiero y sin contemplaciones. Qué hace al hombre habitar lugares así, siempre me lo preguntaré.
Pero veo que no está solo, que la vegetación siempre arropa, que no entiende de climas extremos, que se acomodan con firmeza a cualquier lugar.




Es octubre y los campos deberían mantener algún rasgo de tonalidad verde. Será allí, donde la iglesia muestra su presencia donde se esconda el bosque interior.



Entrada a Lorilla, por aquí acceden los que vienen por pista desde Burgos.
Hay endrinos muy apreciados para hacer licor.



Muros y frutales me acercan a las primeras casas. Lorilla no está muy deteriorado.



Se mantienen algunas viviendas en pie para uso ganadero. Pero aquí no vive nadie.




Una calle ahora animada por arbustos donde antes se oían sus gentes dialogar.



Sin duda puede que la razón por la que construyeran aquí el pueblo fuese por las vistas, qué bello paisaje para tan espléndido balcón.




En este lento deambular me había salido del pueblo para admirar ese precipicio que mira hacia el Ebro.
Vuelvo a él, entrando por otro de sus accesos.



Buenas construcciones se mantienen en pie. Reparo en que fueron retocadas para seguir siendo habitadas.




Esta lenta agonía que sustenta el recuerdo, que acompaña los días como único ofrecimiento al visitante.
Cada cual mire con los ojos de su propio entendimiento.




Al pasar por sus ruinas, me acerco para de nuevo asomarme al balcón sin vallas que hoy es una densa hilera de arbustos sometidos al dificil equilibrio de o quedarse o perderse en el abismo.




Detalles que sugieren un pasado hermoso, de fuertes muros que resistían todo tipo de contratiempos.




Una fecha en el dintel de una puerta y el saúco intentando crecer más para ocultarlo.




No hay mejor defensa que este majuelo que con sus ramas espinosas impide el paso a los irrespetuosos.




Y una barrera infranqueable de saúcos me impiden el paso a la iglesia. He equivocado el rumbo, debo dar un rodeo.




Mientras tanto reparo en esta curiosa pared y me pregunto qué son esos orificios. Aunque lo intuyo.




Sin duda las casas eran amplias. Hoy están muy deterioradas para poder acceder a ellas.




Siempre piensas que lo has visto todo, que un pueblo se asemeja a otro. Que habrá hornos comunales, fuentes y lavaderos, bancos junto a las puertas...pero no todo es igual.




Compartirás calles hoy cercadas por el olvido, tejados que se vencieron por el peso de las nieves, por el robo de tejas. Puertas que sirvieron para calentar hogueras, enseres que se marcharon sin la mano de sus dueños...Pero las piedras quedarán como testigo.




A los que regresen para ver la casa de sus ancestros les parecerá que todo se ha detenido.
Y frente a frente, mirando hacia esa puerta abierta creerán reconocerlos cuando los vean con la mirada perdida pero con un halo indeleble de vida. Esa que nunca parte mientras recordemos a nuestros seres queridos.




Y juntos regresarán a la iglesia, al tercer toque comenzará la misa.




Hoy vacía de imágenes resulta muy hermosa. La amplitud de un templo desnudo se llena de cánticos de jilgueros, del grácil revoloteo del petirrojo. Suena a gloria.




Creerás que tus arcos no aguantarán el equilibrio pero el trazo está dibujado por el mejor de los delineantes y la piedra ajustada por el cantero, maestro en componer semicírculos imperecederos.




Y nos preguntaremos de nuevo quien escribió esa nota, qué sentido tenía. 
Después de ti, otros vendrán a leerla y continuará la duda.




Sentiremos el deseo de arreglar tus paredes, qué difícil es reparar, qué fácil es destruir.




Respetaremos tu osada escalinata porque confiamos en que perdure. La maestría tiene muchas expresiones, unas en forma de escalera, otras en forma de razón. 




Plantaron junto a tu torre una acacia, grácil árbol que crece con rapidez, en primavera sus flores visten de blanco sus alargadas ramas.




Parto, una y otra vez, de los lugares que me enganchan.
Ver donde no hay ya no es una ilusión. Siempre debemos observar con los ojos de la ternura. 




Mientras camino me fijo en estas diminutas ciruelas, se han ido extendiendo con mucha facilidad. Están algo ácidas pero me gustan.




Por la pista que te acerca a Burgos veo un pilón, tras acercarme compruebo que está seco.
Más tarde, en Polientes me comentarán que la fuente del pueblo está oculta por matas de arbustos dentro del pueblo. Lástima que no la haya encontrado.




Me despido de la iglesia de San Pedro.




El calor de las despedidas es el que decide si ha merecido la pena o no. Y ya no siento el viento frío que en un principio me acompañaba por el páramo.
Allí queda Lorilla entre Burgos, Palencia y Cantabria.




Ahora escojo el camino que desciende a Montecillo.




Y me dejo llevar una vez más por las gratas sensaciones de un paseo entre hayas.




El encuentro con una fuente me hará detenerme a buscar entre ese juego de luces la vida que aglutina.




Los más bellos cuadros solo los puede componer la naturaleza...




...y son estos regatos los que conducen al otoño a su triste final.




Me reconozco entre los árboles mientras paseo bajo sus ramas.
Pienso que el caminante acabará sus días siendo camino regado por hilos de agua y hojas tapizando su cauce. Entre tanta humedad seguirán creciendo helechos, la tierra dará frutos y el ciclo continuará mientras seamos capaces de cuidar estos jardines sin dueño.




Hasta donde la vista alcanza comienzo a enumerar pueblos, de algunos he olvidado su nombre.




A la entrada, junto a una fuente, los patos despliegan sus alas. Las gallinas salen a la pista, libres corretean.




Me trae recuerdos esta fuente con esculturas de un pueblo en 
Los Oscos.




Hay algo en la sencillez que termina por hacer claudicar a la ostentación.




Los canecillos románicos de la iglesia de San Marcos, otro ejemplo de simplicidad pero con un complicado mensaje incluido.




Adoro esas transgresiones inocentes por ese tono de sencillez inequívoca.




Qué poco queda para concluir esta preciosa ruta.
Veletas sobre carteles, anuncios arrancados.
Lo que da de sí un poste.




A la salida, otra fuente. Otra parada, un nuevo descanso.




Y un banco sin coste alguno. Solo simple habilidad y un agradecimiento sincero para quien lo realizó.
Cómo nos complicamos la vida en algunos lugares, que si es necesario pedir permisos, aprobar ésto o lo otro, pedir dinero para invertir...Y luego vienes aquí y ves que no hay cabida para las complicaciones.




Aunque los postes se tuerzan, los caminos seguirán ahí. No permitirán que nos perdamos.




Los robles agasajan al caminante con su despejada sombra.




Y este bello encuadre con caballos que pacen tranquilos, sin inmutarse por mi paso.
Tampoco les molesto, quiero pasar desapercibida.




Sobrepeña y al fondo la Peña Camesía que durante todo este recorrido ha querido salir bien retratada por mi cámara.




La tarde se llena de hermosas vistas, cercanas al paseante, evocadoras en su longitud transitada.




El preámbulo de entrada al pueblo, como debe ser, es de nuevo un robledal.
El que buscaré durante lo que quede de año en otros lugares que me atraerán por sus paisajes pero nunca serán iguales. Me conformaré con las semejanzas, con las imágenes que iré colocando en este blog, con la remembranza de los que encontré en mi camino.
Pero la luz siempre será distinta y lo que vemos o sentimos no podrá repetirse en el tiempo.




Podría haber ampliado la ruta a Sobrepenilla, conozco su bellísima iglesia, pero eso dará para otra excursión.




Un paseo por Sobrepeña para acabar la jornada. Pueblo de piedra bien labrada.




Fuentes que nunca se agotan, que acogen al sediento caminante para interrumpir con alivio su permanente deambular.




Siempre me he preguntado el porqué de las imágenes de un Cristo en las puertas de algunas viviendas. Me respondo recordando aquello de que:" Jesús bendiga cada rincón de esta casa".




La última fotografía de la tarde es para esta cuadra que acapara un pasado de esfuerzos, de duro trabajo.
Hoy es una imagen para el recuerdo, el que nos contaban nuestros abuelos mientras nosotros, con  la barbilla apoyada entre los brazos cruzados, escuchábamos al calor de una mesa camilla gracias a un brasero de ascuas. Eso no se ha perdido todavía. Pero el oir las enseñanzas del abuelo no termina por germinar en nuestro interior porque hemos dejado de lado la candidez del corazón de un niño.



Octubre 2016.



Siempre hay una razón para cada entrada, porque el agradecimiento debe ser la simiente de un mundo mejor. En cada ruta he conocido a alguien o me recuerda a algún amigo. Y es que dedicar unas frases a los demás no debe robarnos parte de nuestro tiempo. Si al final pasamos por la vida aprendiendo que lo que de verdad importa es lo que hagamos por los demás, habrá merecido la pena.
Cada uno a su manera, que cada uno use su corazón como mejor sepa hacerlo.
Es un error no acercarnos a los demás para compartir impresiones, siempre saldremos ganando si aprendemos a escuchar.
A Juan Francisco de Montecillo que me contó historias sobre Lorilla y me hizo verlo de distinta forma tras mi visita, con otro calor.
Gracias de nuevo.



Sobre Lorilla pueden encontrar mucha información en internet como la que ofrece Montacedo en su magnífico blog: "Tierras de Burgos" o en el excelente libro "Los pueblos del silencio" de Elías Rubio o en tantos otros que nos muestran un Burgos inagotable y mágico.




6 comentarios:

  1. Nunca hay que abandonar los ojos de la niñez para no obviar la verdadera belleza de lo natural como has hecho en esta entrada.

    Un abrazo

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  2. Somos y seremos niños mientras nos sigamos emocionando con la lectura de un libro, mientras creamos que los sueños se pueden hacer realidad, mientras no perdamos aquellos recuerdos que guardamos en algún rincón de nuestra casa, mientras no perdamos la inocencia ni la confianza en los demás. Aunque nos engañen y nos duela, terminaremos olvidándolo todo porque como niños que somos, no guardamos rencor.
    Gracias por tu comentario. Un abrazo.

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  3. El hombre sin nombre23 de diciembre de 2016, 5:49

    Felices fiestas. El año que viene me gustaría que te prodigaras más en reportajes de la tierra y de Toledo especialmente (es una sugerencia, no te moleste por ello)

    Un saludo

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    1. Es algo que prometí hacer y debo cumplir. Demasiados lugares por ver, demasiados ya vistos esperando entrada.
      Pero sí que iré por allí, prometido. Irán apareciendo mientras tanto otros, bastantes, de Albacete que es uno de mis destinos preferidos.
      Me alegra saber que continúa leyéndome. Felices fiestas. Un cordial saludo.

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  4. Preciosa caminata por la frontera de Burgos y Cantabria, las fotografias impregnan perféctamente la esencia del profundo páramo castellano. Muy gráfico todo.

    Sigue así, un saludo.

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    1. Esta zona de Valderredible es un auténtico paraíso para los senderistas, para los que adoran el arte, las ermitas rupestres y un sinfín de sorpresas inimaginables. Una verdadera joya que redescubrí al cabo de 20 años y de la que no pienso perder de vista de nuevo. Totálmente aconsejable.
      Gracias por dejar tu comentario. Un saludo.

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