Hay entradas que vienen a buscarte para que las hagas salir, te dicen que es justo ahora su tiempo. Es el momento en el que aquel otoño mágico que presencié el 5 de diciembre del 2016 desea permanecer indeleble en mi frágil memoria. Vendrán otros, en esta larga secuencia de ciclos, como el actual, tan desolador, pero puede que acudan los venideros a pintar estos campos con otro matiz de belleza, aunque nunca alcanzarán a ser iguales. La naturaleza es como las personas, cambiante, inexplicable en sus diversas manifestaciones, pero solo ella es inigualable en su grandiosidad.
Este es el relato de un día inolvidable en lo que bien podría llamarse un jardín del Edén en la Mancha.
La única opción de parada es junto a esta bonita fuente, medio oculta entre olivas, cornicabras, tomillos, madroños...y los cercanos castaños.
Pequeño rincón para abastecerse ante tan largo camino que me aguarda.
Si albergaba dudas de si los árboles que veía desde la carretera eran castaños, aquí se confirma, se funden la ilusión y la esperanza.
En 1890 Hervás publicaba en su diccionario:"Huertezuelas de Sierra Morena: Quinto de Huertas de la dehesa de Belvis, dio principio su población por la casa que construyó la encomienda para abrigo de labradores y ganaderos. Hasta el siglo XVII no levantaron éstos sus casas propias, ni se constituyó en aldea; en sus comienzos aneja y dependiente del Convento y agregada más tarde a La Calzada. Comprende hoy esta aldea los caseríos Castillo con 6 casas y 24 habitantes; Colorao 6 y 24; Huertas chicas 16 y 116; Huertas grandes 85 y 333; Tía medio higo 7 y 20, con otras menos importantes; dando un total de 130 vecinos y 521 habitantes. Tiene su iglesia dedicada a la Inmaculada Concepción servida por un coadjutor"
Frente a mí queda el camino que me acercaría al cementerio. Sigo un tramo de la carretera a Calzada, para desviarme unos metros más adelante a una senda que parte hacia la derecha.
No piense el lector que esta tierra está muerta. Huertas en activo, olivares y rebaños de ovejas y cabras. Además ahora es temporada de caza, de octubre hasta finales de febrero suele ser la época habitual. Hoy creo escuchar realas de perros en la lejanía, puede que tenga que volverme, pero se irá alejando el sonido y podré continuar.
Estos son los días que me hacen caminar con mayor entusiasmo, mi cámara igualmente lo agradece.
A la vista, El Primer Callejón. Como una continuación de las Huertas Grandes, es decir, Huertezuelas. Aquí se inicia una serie de aldeas pequeñas que bajo el nombre general de Huertas Chicas, fueron pobladas hasta los años 70, al amparo de buenas tierras regadas por abundancia de arroyos. Como su nombre indica, todo lo que les rodea es zona de huertas, frutales, pastizales y bosque de encinas. Y entre tanta exuberancia, olivares, arces, espinos, escaramujos, robles y esos castaños en agrupación, algunos aislados, que hacen de este enclave natural un lugar singular y probablemente único en su biodiversidad.
Hoy es el ganado el que habita este bellísimo lugar.
Los nombres dan referencias de las peculiaridades de estos lugares, se le conoce también por Las primeras Casas, Los Coloraos, o de quien vivió allí, Tío Nicasio, Tía Medio Higo.
En el año 1966 aún lo habitaban 10 personas, en el 2002 nadie.
Llego a las viviendas, contemplo la sencillez de su construcción, piedra, pizarra, adobe, tapial...chimeneas de ladrillo sobre tejas que denotan que aún hay propietarios que cuidan su aldea.
Las higueras omnipresentes en las calles vacías.
Y es justo aquí donde me atraviesa esa nostalgia de calles en silencio y me dispongo a perderme en sus vericuetos.
Ante puertas que permanecen selladas...
...ante habitaciones diáfanas, donde la delectación se acomoda en sus rincones.
Se establece un paso a otro paso porque aquí la frontera no es evidente.
Las ventanas reconducen las miradas hacia el pueblo. La cuerda, en cierta manera, ha roto esa unión.
Y en un infinito fondo, los castaños intentan relegar al verde a un segundo plano.
Un camino hacia las eras se despide transido de añoranzas.
Y regreso a la calle donde se vuelcan los libros vacíos, donde ya no se escriben los nombres con tiza, donde se desintegra el recuerdo.
Y un leve sonido que quiebra la quietud me hace regresar a la realidad...Creo que sigo soñando.
Continúo adelante porque el sendero incita a seguir. La brecha de la felicidad solo tiene un camino.
Llego a un nuevo paraje, aquí las sorpresas no acaban. Huertas con higueras entre buenas olivas, al fondo, castaños y las casas.
Pero el interés crece como lo hacen los latidos del corazón cuando están a punto de encontrarse con algo único.
Un centenario castaño como un gigante en continua defensa, en lucha por sobrevivir.
Ardió y se abrió como desgarrándose por el dolor hiriente del fuego.
Otras plantas son las que se ocupan en transferirle la vida, ese último empujón que le separa de la muerte.
Ahora el paso por un arroyo invadido de hojarasca y sembrado de piedra suelta. Oir discurrir el agua estremece deliberadamente.
Miro hacia atrás y pienso en las distintas formas que adopta la eternidad cuando alcanza a la naturaleza.
Cerca de él han nacido otros castaños, hijos de su alargada sombra.
Y miro a la tierra, al álbum de las hojas muertas.
Y abriéndome paso por el camino que abraza entre zarzas y el olor a menta...
...llego al Segundo Callejón. Qué curiosos y sencillos nombres para expresar las distancias.
En algunas viviendas cohabitan frutales con zarzas, con vigas y tejas, con historias decapitadas tras la caída de tejados.
Me imagino viviendo aquí en la soledad de las soledades donde reina la paz que acomoda los sentidos. Imaginar que hay tanto por hacer. Enriquecerse en ideas. Y ensayar olvidos entre calles desiertas.
Este Segundo Callejón también aparece nombrado como Trinidad/ Colorao.
Contaba con 6 habitantes en 1966. En 2.002 ya no quedaba nadie.
En este rincón un granado persiste entretejido a la pared que le abriga de despiadados vientos.
Y saliendo de esta aldea donde una higuera me despide...
...encuentro que los senderos cada vez se hacen más extraños, se desdibujan para evitar ser invadidos.
Qué hermosa vista desde enfrente. El caserío desparramado como evadiéndose de las alturas.
De nuevo el camino disfruta con la sorpresa, cambia el firme, prefiero el anterior. Al fondo, Las Casas del Castillo.
Las sierras ondulantes, hechas de senderos que las parten, que las exploran, que las perpetúan.
Y el ganado pasta ajeno a mi silencioso caminar.
Y a lo lejos, una vivienda habitada, quizás detrás se encuentre el antiguo camino que unía Huertezuelas con Calzada de Calatrava.
Las Casas del Castillo son dos núcleos diseminados, a ambos lados del camino.
El primero cuenta con un buen olivar.
El segundo, se eleva como la senda a la espera de sorpresas.
El edificio más notable es éste...
Por delante se puede ver la magnitud de su fachada. La era le precede.
En 1966 contaba con tan solo 8 habitantes.
Las puertas se abren a un laberinto de más puertas que alargan a un más la desazón de lo que se va hundiendo.
Todos estos lugares disfrutan de hermosas vistas, además cuentan con un arroyo cercano, aquí también hay una alberca.
Y la calle como punto de partida, como vasta extensión de los dominios del recuerdo.
Y un gran horno que a duras penas se mantiene en pie.
Aquí vuelven a confundirme los nombres, no han dejado de hacerlo desde que inicié el recorrido. Desconozco si los dos núcleos se llamaban Casas del Castillo o el que se encuentra a la derecha del camino era el citado como Casas de la Trinidad/ Tío Guillermo o Tercer Callejón.
Es curioso como los nombres juegan con las aldeas o quizás sean éstas las que intercambian sus apelativos.
Es curioso como los nombres juegan con las aldeas o quizás sean éstas las que intercambian sus apelativos.
Lo cierto es que estas viviendas se encuentran cercanas a La Hoya del Castillo.
En mi regreso dejaré sin ver La Huerta de la Rosala, creo que debe estar en una zona vallada, nunca tuvo más de dos habitantes. Algo pendiente para volver, anotado queda.
Como no me resigno a ver las otras casas, encuentro un empinado camino, ya sin valla, que me acerca a sus eras escalonadas y esa vivienda que bien podría pasar por torreón vigía.
De muy difícil acceso, consigo ascender a la zona más elevada para, entre escaramujos, sacar una instantánea de sus ruinas.
La historia del regreso se escribe con nubes y claros en un cielo con calma, que me sigue regalando imágenes cambiantes de una ruta excepcional.
Y ya es hora de que comience a enumerar, aquí madroños.
El Segundo Callejón y al fondo el cerro de la Utrera.
El camino que me llevará a los castaños, los auténticos protagonistas de esta entrada.
El amarillo de arces y nogales.
Un roble en primer plano.
Asciendo por las eras para ir dejando atrás las viviendas.
Los primeros castaños...
...y sus inconfundibles hojas.
Y un sorprendente espacio natural, un bosque encantado.
Magnífico ejemplar de castaño centenario.
Un espigado enebro.
Un elegante rusco.
Mirar semillas y hojas es como volver a ser niños...
...y dejarse llevar por barcos de papel que alejan la corriente.
Solo los bosques acentúan el espíritu, nos alejan de la realidad y nos conducen allí donde se pliegan las palabras al uso de los sentimientos.
Los cuencos de unas setas como copas donde beben los petirrojos.
Y es ahora cuando dejo que las palabras sean imágenes que hablen por sí solas.
Y cuando aún no he podido desprenderme de la magia que dura mientras los instantes dejan de medirse...
...desciendo para encontrar otra entrada a la aldea, esos pasos perdidos, antaño bien transitados por los escasos habitantes de estos bellísimos lugares.
Y un árbol, no sé bien si amenazante o huidizo, intenta levantar el vuelo sin hojas que se lo permitan.
No sé el porqué siempre salgo de un bosque acompañada de esa niña que fui, que se dejaba embaucar por las páginas de los cuentos que con tanta avidez leía.
¿Cuántas formas hay de mirar un despoblado?. Tantas como sentimientos alberga el corazón de los que allí se quedan.
Aprender a construir, sería un buen oficio.
O aprender a remachar los calderos de zinc.
Aprender a volver a cuadrar las puertas desencajadas.
A ser campesino, arriero, pastor, hortelano...
A construir despedidas con la llegada de las estaciones. Aprender a quedarse cuando la tierra lo solicite.
Aprender las formas de las diversas hojas. Nogueras.
Y los nombres de los arroyos.
E imaginarte cómo eras antes de tu accidentado destino.
A quitar pestugas, a secar higos...
A espantar pájaros y conejos del huerto.
A enumerar cada uno de tus árboles, a abrazarlos.
La vuelta sigue siendo un hilo de sigilo entre ruinas que ahora son tremendamente conocidas...
...donde la cuerda ata el último nudo que se hizo.
No escapa nada, ni un anhelo, ni un rumor, ni el amargo sabor de la despedida.
El día se abre equidistante entre dos puntos, Huertezuelas y su Primer Callejón.
Y la luz se siembra como la primavera sobre el invierno, como los versos que se declaman ante un público entusiasmado.
Mientras escribo ésto, creo que con cada palabra pongo una piedra más en el destino de estas viviendas.
Y que nunca nos alejamos del todo de aquellos lugares donde la historia se sigue escribiendo con los pasos que se detienen a contemplar el trascurrir de los días. Quizás el mejor de los oficios sea el de caminante de sueños perdidos.
Y es ahora en esta fuente cuando tomo prestadas las hermosas palabras de Ceferino Fernández escritas en su libro "Huertezuelas 1772-2002"
"Pero Las Huertas viven, entre sus peculiares zonas que identifican la contrariedad y la pérdida de identidad de un pueblo como el manchego, con La estación que no es tal, con Cantarranas donde solo cantan los grillos, con el Corralón del que solo queda su nombre, con el Chorrero que ya no tiene chorro, o las Nogueras donde ya no queda ninguna, con una plaza a la que faltan las pocas señas de identidad que tuvo como la fuente. Quizá la identidad del Cerrillo o las escuelas que se mantienen a duras penas, La era de la Fermina en el olvido y con tantos otros sitios que se nos escapan en el tiempo y empiezan a aparecer solo en el recuerdo, Colorao, Tía medio Higo, sustituidas por El primer y segundo callejón de las Huertas Chicas, El Castillo, La Huerta de la Rosala, la distancia del Campillo, la Casa Abajo y el querer y no poder ser de la Lisea.
A pesar de todo sigue siendo algo importante, la tierra de todos los Huerteros".
Brillante cierre para coronar desde las alturas la hermosa vista de una ráfaga de castaños que acabaron por quedarse varados en estas sierras.
5 de diciembre del 2016.
Imprescindible detenerse con tiempo en la página web de Huertezuelas.
Que te digo Rosa, como dices tu que pones con cada palabra una piedra más en el destino de las viviendas...yo digo que nos pones los vellos de punta,que bonitos lugares,y esa bonita naturaleza que vemos a travez de ti,con esas fotos preciosas y como nos muestras todo y explicas esas hojas de otoño e invierno de todos los colores, bueno no me canso de escribirte corto, porque si no,no paro preciosidimo un abrazo Rosa.
ResponderEliminarAquí hay plantas que se me escapaban a mis limitados conocimientos. Aparte de los que ya conocemos por estas tierras, olivos, encinas, olmos, álamos...llevo unos días saliendo a fotografiar los robles que crecen aislados entre los olivares, ¿puedes creerte que el más grande que he visto está en vuestro término?. Si paseas por el campo puedes observar que el amarillo lo dan precisamente ahora los robles, los espinos, los membrillos, las higueras y las nogueras, a los demás ya se les cayó la hoja. Es una buena excusa para aprender de la naturaleza y hacer una interesante excursión. Gracias por el comentario. Un abrazo para los dos.
EliminarUn paisaje sorprendente y mágico en un lugar que parece de otras latitudes
ResponderEliminarEn la provincia de Ciudad Real ocurre que con cierta frecuencia traspasas límites que te ofrecen algo inesperado, ese algo te deja bien claro que tenemos una idea equivocada de estas tierras. Puede que Huertezuelas tenga la mayor extensión de castaños, aunque no lo puedo asegurar, pero sí que sé que no los vi todos y que queda mucho por explorar por esas bellísimas sierras que rodean ese encantador pueblo. Muchas gracias y un saludo.
EliminarHermosa y acertada entrada que nos hace vivir un otoño mágico entre los callejones y el tiempo detenido al amparo de los castaños que rodean Huertezuelas. Bellas fotografías que nos incitan a disfrutar de la belleza de una estación tan proclive a la nostalgia y a los recuerdos, que nos atrapa en la parcela de felicidad que estos nos proporcionan. El otoño es mucho más cuando nos deleitas con reportajes como éste, donde los colores y la vida se hacen patentes en tus bellas fotografías, pero también, en tus sensibles y precisas descripciones de estos lugares que un día fueron hogar y señas de identidad de algunas gentes, las cuales, sobrellevaron la dureza de la vida de aquellos años con serenidad, y también con una paz solo alterada por el murmullo de alguna fuente o de algún riachuelo. Quiero decirte que las fotografías hablan por sí mismas como tú bien dices, pero lo que extasía de verdad es lo diáfano de tu literatura, que las acompaña como un elemento más del paisaje que nos muestras, y que nos revelan de manera inequívoca, las emociones y las vivencias que sucedieron en aquellas zonas que nos invitas a visitar. Hoy ha tocado Huertezuelas y los hermosos castaños que la rodean. Con cada entrada que leemos, nos queda la inquietud de saber por qué nuevos caminos y recovecos nos conducirás, pero siempre con la certeza de que irán directos a lugares donde la belleza se hace dueña, y donde nos esperan nuevas sensaciones, nuevos colores, y nuevos paisajes, aliñados con el condimento esencial de tus palabras. Un abrazo y enhorabuena.
ResponderEliminarLo cierto es que tocaba Huertezuelas, después de mostraros el otoño en la sierra de Albacete, tenía que enseñaros cómo se manifiesta en este encantador lugar. No pude exteriorizar el olor a jara y tomillo mojados por la lluvia de la noche, ni la calma reinante, pero sí los colores tan genuinos que hay en estas huertas y en las viviendas de piedra, pizarra y tapial. Siempre digo que no es igual las fotografías como verlo en la realidad, lo que sí es cierto es que tuve mucha suerte en elegir el día, además de no toparme con ninguna cacería, tendría que haberme vuelto, sin más remedio. Y habría encontrado otro lugar para caminar pero nunca habría sido igual que éste. Muchas gracias por tu encantador comentario. Un abrazo.
EliminarBuenos días Rosa ¡está lloviendo gracia a Dios! y esperemos que salga la hierba de nuevo en Sierra Morena para que vuelva la vida a este territorio y tengan pastos las ovejas de tantos pastores trashumantes de Teruel y de la Sierra de Segura, que a duras penas han trasladado a sus ganados a esta antigua tierra para su subsistencia.
ResponderEliminarHe leído tu nueva entrada y la verdad que me he llenado de alegría y de añoranza, pues me he recreado, gracias a tus fotografías, en una tierra llena de belleza que por la pertinaz sequía que tenemos no la podemos contemplar como tú la vistes.
Al contemplar los restos de las construcciones de las aldeas, que con tanta maestría has fotografiado, no dejo de admirarme como las gentes de antaño se las arreglaban con los materiales que tenía a mano para construir sus casas.
¡Que buenos maestro albañiles existían! Madera para los dinteles de las puertas, ventanas, cerchas para los tejados y carpinterías; piedras sueltas sin manipular para construir las cimentaciones y contrafuertes de las casas; tierra y guijarros para fabricar los tapiales y tejas árabes para las cubiertas; morteros con arena y cal para la decoración y protección de zócalos y fachadas ¡y ahí siguen en pie!
Ellos no sabrían de la biodiversidad y tantas técnicas modernas de ahora, pero si sabían que los tapiales les protegían del frio y el calor; las tejas de la lluvia, los pisos altos “los soberaos” o cámaras, como le dicen en otros lugares, para guardar: las papas, algunas conservas, el trigo para el pan y la paja para los animales.
Gracias de nuevo por este reportaje, que me transporta con la imaginación a otro tiempo que debió ser muy duro vivirlo, pero que estoy seguro que la solidaridad entre los vecinos serían mucho mejor que la que corre en este tiempo que nos ha tocado vivir.
Un abrazo.
Ahora es cuando debería hacer tuyas las palabras a un comentario que te escribí en aquel artículo tan enorme, trabajado con tanto empeño, que hiciste sobre los puentes de Vandelvira. Sí, que lo siento, que me dejas sin palabras. Pero aquí la razón es solo tuya, a ti te la doy, puesto que son solo y únicamente tus palabras las que le imprimen a esta entrada el carácter que le falta. Ya quisiera yo tener tus conocimientos o la mitad de kilómetros hechos o la ternura que pones en todo lo que haces y escribes, porque tu eres así, ojalá nunca cambies. Muchas gracias. Un abrazo.
EliminarHola Rosa te envío éste nuevo comentario ya que el de ayer no sé dónde fue a parar.
ResponderEliminarRosa tus entradas cada vez son mejores y las fotografías insuperables son tan reales que parece que estamos a tu lado haciendo el recorrido aunque aún así yo ayer me perdí cuatro veces en el recorrido, tengo ganas de poder acompañarte en alguna ocasión y admirar esos paisajes que nadie conoce como tú.
Un fuerte abrazo.
Debe haber ido a parar al mismo lugar donde se quedan los que nunca se escribieron pero había intención de hacerlo o donde deberían estar los de aquellos que no se deciden a comentar pero comienzan a redactarlos. Fuera bromas, ya sabes que un simple despiste a la hora de dar a "publicar" es la causa de este fallo. Seguro que el anterior era tan bueno como éste. Es fácil que te perdieses en el recorrido, ten en cuenta que a menudo me salgo de los caminos porque algo me llame la atención, no soy muy fiable a la hora de explicar las rutas, por eso no suelo añadir ni kilometraje ni tiempo. Lo que importa es caminar y sentir la tierra bajo tus pies y el cielo sobre tu cabeza. Cuando quieras nos vamos de ruta, sería un honor para mí contar con tu alegre compañía. Muchas gracias y un abrazo para todos.
ResponderEliminarHermoso recorrido que hemos podido disfrutar gracias a tu memoria y a nuestra tierra, la belleza de los colores de La Mancha habla por sí sola y tú les has puesto un micrófono con unas instantáneas que tocan el Impresionismo. "La brecha de la felicidad solo tiene un camino" y tú sabes transitarlo. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias Antonio. Puede que algún día acabe ejercitando la memoria y así devolver a cada uno de los caminos que he hecho su trayectoria y puede que devolviéndoles las imágenes y palabras que sentí mientras los recorría, acabe por entrar en ellos y ser parte de cada uno. Un abrazo.
ResponderEliminarEsta tierra es lo más bonito que nos podamos imaginar y sanisima para nuestra salud, y animo a las personas para que puedan visitarla alguna vez.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, esta tierra es única, de una belleza indescriptible. Se merece una visita detenida y concederle todo nuestro tiempo. Muchas gracias por su comentario.
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